Cincuenta días de Mayo
Juan Cerezuela
Veintisiete
de Abril.
Apenas duró mil vidas. Fue como pasar del silencio
absoluto al más absoluto ruido, de la nada al todo. Despertar fue el dolor
pasando por encima de cualquier atisbo de racionalidad, pues la razón no cabía
en un cuerpo que gritaba desde cada uno de sus nervios. En su estado no había
hombre ni preguntas, ni súplicas o palabras, ni recuerdos o esperanza; de su
boca solo salía el más profundo y ronco espasmo del animal ante el sufrimiento.
Sintió todo su cuerpo tensándose hasta ser piedra, las manos crispadas con
tanta fuerza que los huesos crujían, el cuello tenso y arqueado en un ángulo
imposible, los músculos de sus brazos, piernas y torso rasgándose como si
fuesen de papel y su corazón latiendo con más fuerza de la que era capaz de
latir; y en un momento, apenas en lo que se tarda en suspirar, todo terminó
como había comenzado. Silencio, solo silencio, bendito silencio de su cuerpo
que por fin callaba. Lo último que el Obispo Jesús García vio fue la cara de
alguien sorprendido, lo último que pensó fue un simple “ya”, lo último que
sintió fue su propia muerte, que le abrazaba protectora y cálida.
Inesperado y sorprendente. El golpe en la cabeza
debería haberlo matado directamente, o cuanto menos dejarlo fuera de juego el
tiempo suficiente para hacer el trabajo. No me gusta cometer errores de este
tipo. Los errores, cuando vives o cuando matas, revolotean al lado de uno
ansiosos por que les hagas caso; pero si no es así, sino les prestas la
suficiente atención, corren para que los vea quien sepa mirar y eso en este
negocio no augura nada bueno.
Bien, el cura ya está muerto de todos modos. Parar y
pensar. Revisar que todo esté seguro, ¿alguien lo puede haber oído?; no, apenas
gruño. Un gruñido horrible y espasmódico, es cierto, pero apenas gruño; aquí
podrían sonar cañonazos y nadie se sorprendería. ¿Está todo recogido, no dejo nada
más que lo que he de dejar?; vale. Cuatro pasos atrás, comprobar… y listo.
Cinco fotografías cuidando ángulos. ¿Alguien fuera?, no. Se acabó, primer paso
hecho, ya no hay vuelta atrás.
Salgo como entré, con la gorra y las gafas puestas.
La pequeña moto está en su aparcamiento, tan asiática, anodina y poco original
como las miles de la ciudad. Me coloco el pequeño casco y arranco. Esquivo
cámaras de vigilancia pública y privada. Aparco doscientos metros más allá de
donde la robé, con un poco de suerte su dueño tomará el robo por despiste sobre
donde la aparcó esta mañana y aunque se dé cuenta y denuncie el robo, la
policía le mandará a hacer puñetas cuando la encuentre tan cerca de donde la
dejó. Entro en el bar saludando al camarero y pido lo de siempre, un bocadillo
de tortilla de jamón y una caña, y como siempre durante las dos últimas semanas
voy al baño donde guardo el buzo y el casco en la mochila. Salgo, dos
formalidades con el de la barra, me siento, mastico y repaso.
Lo reconozco, estaba nervioso y no es bueno; el acto
de matar me produce cierta grima, no sé, cierto reparo. Debe de ser como los
actores viejos que siguen poniéndose nerviosos antes de la actuación. En fin,
que he dado el primer paso y esto va a desencadenar una ola de consecuencias,
así que ahora lo que toca es ser crítico y objetivo. Entrar ha sido fácil,
rápido y limpio. Todo estaba en el lugar que debía estar, todo era como debía
de ser; la escasa seguridad fingía sobre su cometido centrándose en cuadros de
escaso valor, joyas ajadas y tallas carcomidas del palacio episcopal, no sobre
quien nunca pensó ser víctima, al menos no en este país y ahora, y entre las
obras de reacondicionamiento de la zona privada del viejo edificio un obrero
más solo era eso, uno más, ser gota en vaso de agua, axioma del asesino anónimo.
Comprobé el pasillo. No sé porqué la palabra que se
me ocurrió fue “lóbrego”, era uno de esos pasillos amarillentos y rancios de
seminario antiguo, puertas marrones con cristalera opaca en la parte superior a
un lado y ventanales que daban a un patio marchito al otro, parece el chiste de un viejo recuerdo. Abrí la puerta
del despacho y me colé dentro, cara de bobo,
-Perdone Padre, hola; disculpe que le moleste pero
me estoy volviendo loco buscando los baños de esta planta…-. Sencillez. Las
escusas sencillas no levantan suspicacias, me miró apenas un segundo, entre
molesto y condescendiente.
-No se preocupe, tercera puerta a la izquierda-.
-¿Oiga, no es usted el obispo?-.
…Y acción.
Sonrío de oreja a oreja y me acerco alargando mi
mano izquierda, en un acto reflejo el extiende la suya y la atrapo con fuerza.
Noto su sobresalto. La barra maciza de acero resbala por la manga de mi buzo de
trabajo hasta la mano derecha. Fijo la vista en el objetivo, no sé si él me
mira, no importa. Describo un arco desde mi cintura hasta la punta de la barra
y golpeo en ángulo encima de su oreja izquierda; se derrumba sobre el
escritorio, el cuerpo empuja lacio las ruedas de la silla de oficina hacia
atrás y el cuerpo cae al suelo todavía cogido a mi mano, dos minutos para hacer
el trabajo.
Ese ha sido el error, reflexiono con una mueca de
disgusto mientras mastico, el primer golpe lo aturdió y el dolor de lo que vino
después lo despertó. No sé si esto es factible, tengo que estudiarlo, trabajar
con un arma nueva es como el método científico, ensayo y error hasta llegar al
éxito. En todo caso para eso están los errores, para aprender de ellos, así que
a partir de ahora primero asegurarse de matar, luego el resto.
El resto. Miro y calculo según el plan, ni más ni
menos. Suspiro, tenso mi musculatura y golpeo. La barra redonda de 25 por 350
milímetros cumple, yo también, las fotografías destilarán lo que deben, el
horror.
Enciendo un cigarrillo y vuelvo al ahora. El bar bulle
de gente a lo suyo, con sus conversaciones o pensamientos, sonrío a los míos.
No volveré nunca a este bar y es una pena, hacen una buena tortilla.
La mañana había empezado para Marta con el ritual de
quitarse el gato de encima. El bicho estaba acostumbrado a dormir sobre sus
pies o sobre lo que fuese con tal de estar encima de la joven, lo cual era
agradable por el calorcillo que le proporcionaba durante la noche, pero
decepcionante cuando sonaba el despertador. Las respuestas del animal cuando
Marta intentaba levantarse iban desde el cabreo exagerado a la absoluta
inmovilidad, aunque por lo visto ese día tocaba desprecio. El gato la miró como
se mira a la nada, se estiró y cuando ella salió de la cama ocupó su lugar con
toda la indolencia que un felino es capaz de demostrar. Marta sabía por
experiencia que si intentaba moverlo de las sábanas la respuesta sería un
bufido, y como no le gustaba discutir recién levantada lo dejo estar. Se dio
una ducha y se vistió; luego desayunó, como cada mañana, viendo las noticias de
la tele. Crisis, paro, política barriobajera y futbol con café con leche y
tostadas. Volvió al cuarto, se vistió y echó al gato de la cama amenazándolo
con una zapatilla, hizo la cama y se fue. El coche arrancó a la quinta soltando
la humareda de rigor, era un auténtico trasto abollado que solo se lavaba en
función de cuanto lloviese, pero que inexplicablemente sobrevivía a sus muchos
años y a la total falta de cuidados y revisiones con enorme tozudez.
Entró en la comisaría a las ocho y media, sonrió a
todo el mundo y se fue derecha a la máquina de café. Su jefe, el Inspector jefe
Navarro, le soltó algún improperio de los de su repertorio, ella le contestó
con algún chascarrillo sobre su físico de mastodonte, cogió su café y se sentó
en su mesa. Empezaba lo que parecía un día normal de trabajo para la Inspectora
de policía Marta Iglesias. A las once de la mañana de aquel veintisiete de
Abril su vida empezó a cambiar, una llamada desde la sede del Obispado les hizo
salir corriendo.
La mejor definición del cuerpo que se le ocurría a
Navarro era la de una marioneta arrojada al suelo, absolutamente antinatural.
Cabeza, brazos y piernas en ángulos incompatibles con un ser vivo. Golpes por
todo el cuerpo, excepto en los muslos de las piernas y músculos de los brazos, repartidos
de forma uniforme, y ni una sola gota de sangre. A la espera de lo que dijera
el informe forense la causa de la muerte era evidente, lo habían matado a golpes
con algo romo y contundente.
El secretario del Obispo era una autentica masa de
gelatina llorosa a quien tuvo que tranquilizar zarandeándolo. El hombre
descubrió el cadáver tras regresar del café y el dulce de las diez, y aparte de
casi morir del susto logró dar la voz de alarma. Poco más se le podía sacar de
momento, pero el inspector lo descarto como sospechoso de inmediato, solo era
un viejo gordo incapaz de atarse los zapatos sin sufrir una crisis cardiaca,
así que se lo pasó a uno de sus lacayos y llamó a su segundo.
-Bien Jiménez, atento. Esto no es la típica cagada
del imbécil que se carga a la contraria y lo encontramos en el bar de la
esquina llorando con el cuchillo en la mano, así que hazme las cosas bien. Quiero
saber quién ha entrado y quién ha salido del puto edificio, cámaras de
seguridad en un radio de quinientos metros y toda la parafernalia habitual.
Cuando se tranquilice la ameba de secretario me lo exprimes a ver que le sacas,
amigos, enemigos y hasta la ropa interior que usaba el Obispo. Muy atentos a vicios,
beneficios y demás. Me hacéis un resumen bonito de toda la vida del difunto,
desde que lo engendraron hasta que la palmó. Cuando acaben los listos de la
científica lo registráis todo de cabo a rabo, y lo quiero para ayer. Esto es
gordo Jiménez, no se cargan a un Obispo todos los días, así que no me jodas.
Una cosa más, vuestra vida privada dejó de existir desde que nos colgaron a
este muerto, díselo a los demás y que se vayan haciendo a la idea-.
Lo cierto es que al inspector le encantaba usar ese
tipo de lenguaje bronco, sucio. Sabía que no era muy original, era claramente
una copia de las películas americanas donde el jefe de la investigación tenía
la obligación casi sagrada de parecer un auténtico hijo de puta. Pero según su
creencia, hablar así le confería personalidad.
De camino a la comisaría los engranajes del cerebro
del inspector rechinaban. Si jugaba bien sus cartas podía cubrirse de gloria,
si lo hacía mal acabaría en el culo del mundo. Tentación de protagonismo y
éxito, frente a la presión de la que sabía iba a ser objeto y que podía hacerle
fracasar; eso sin contar con las ambiciones ajenas de sus superiores, exigiendo
unos resultados rápidos para poder salir en la foto con cara de satisfacción
por el deber cumplido. Bien, de momento iría por partes. Primero informar
escuetamente y objetivamente de los hechos, ni una conjetura ni media, segundo
apretar a su gente, y tercero esperar una oportunidad para llevarse, si las
cosas salían correctamente, el mérito. No hacer nada que te dañe, hacer solo lo
que te beneficie, buen eslogan.
Me gusta tanto abril como odio mayo. Abril es a la
esperanza como mayo a la impotencia, fin del mal tiempo y principio del bueno, frente
a quiero ser verano y no puedo. Camino por la ciudad hacia la terraza recién
nacida, apenas tiene unos días, el tiempo justo en que la lluvia ha dado paso a
la luz de primavera y Paco, el dueño del bar, la ha plantado sobre los
adoquines. Llevo la prensa de la tarde bajo el brazo, mitad ansioso y mitad
tranquilo. Pospongo el momento de ojear las páginas, no sé bien porqué aunque
lo intuyo, y sinceramente no es un sentimiento que me agrade demasiado pues
tiene cierto regusto a psicopatía. Tal vez la noticia haya saltado ya a los
periódicos, tal vez sea demasiado pronto, tal vez se omita para facilitar la
investigación y tenga que hacer valer las fotografías que saqué demasiado
pronto para mis planes.
Me descubro entre sentimientos contrarios, la tarde
es preciosa y me invita a la melancolía por la vida segada, pues siempre es
absurdo y vacuo matar a la persona, y seguro y fuerte por la muerte del
personaje, clave y necesidad de lo que persigo. Hago valer la autodisciplina
para no ojear las páginas hasta que no termino mi café. Ahora sí,
-Últimas noticias. Hallado muerto el Obispo auxiliar
de la Diócesis Don Jesús García Lara. Aunque no ha trascendido nada de la
investigación policial, fuentes consultadas no descartan la hipótesis de
asesinato-.
No leo más, es demasiado pronto y ya se lo que
quiero saber, de momento. Bendito país, donde un secreto vive el tiempo justo
en el que una boca encuentra una oreja.
Veintinueve
de Abril.
Sentados alrededor de la mesa de reuniones, el
equipo de Navarro le miraba fijamente, cada uno pensando en la parte del
informe que le correspondía. Todos y cada uno de los cuatro inspectores habían
hecho lo posible y lo imposible en tan poco espacio de tiempo, y todos y cada
uno sabían de antemano que no iba a ser suficiente para su jefe.
-¿Y bien?-, preguntó el inspector a Jiménez.
-Los primeros datos del equipo forense, a falta de
los resultados finales de la autopsia, apuntan a que el Obispo falleció como
consecuencia de las contusiones, fracturas, hemorragias y colapsos en
diferentes órganos producidos previsiblemente por un objeto romo, probablemente
una barra redonda, de 25 milímetros de diámetro (han medido el radio impreso en
los golpes), y de longitud desconocida en función de la corpulencia del
asesino, pero que posiblemente estará entre los 35 y 45 centímetros si se
corresponde con la media. El cadáver presentaba un total de nueve golpes
contundentes a media altura en tibias y peronés de ambas piernas, radios y
cúbitos de los brazos, costillas de lados izquierdo y derecho y tres golpes más
en la cabeza, uno en el temporal izquierdo justo sobre la oreja, otro en la
base del occipital a la altura de la nuca y el último en la sien izquierda
entre el esfenoides y el frontal. Asimismo presentaba hemorragias internas producidas
por los golpes, de lo que en primera instancia se deduce que la víctima aún
vivía mientras era golpeado…, pero no presentaba signos visibles de autodefensa-.
-¿Quieres decir que lo molieron a golpes y no se
defendió?- preguntó la inspectora Sánchez.
-Eso parece, según el forense puede ser que hubiera
perdido el conocimiento con el primer golpe-.
El inspector Navarro carraspeó,
-hum, ¿visteis su cara?, ese hombre sintió mucho
dolor, por lo tanto en algún momento estuvo despierto. Aquí hay algo que no
cuadra y ni un santo aguantaría un suplicio así sin presentar batalla. Bien,
sigamos-.
Goikoetxea, último en ingresar en el equipo de
Navarro, tomó la palabra,
-En el lugar del crimen se han encontrado huellas en
un número considerable, básicamente porque era lugar de despacho de los asuntos
del Obispo. Esto que en principio nos favorece es un arma de doble filo,
demasiada gente entrando y saliendo de la escena del crimen significa que nos
será más difícil discernir lo interesante de lo que no lo es. Estamos
analizando tanto la ropa de la víctima como la escena en busca de restos
biológicos. Tendremos los resultados en un plazo de cuarenta y ocho horas-.
-Bien, ¿Qué más?,- preguntó Navarro,
Marta Iglesias tomó la palabra,
-No se conocían enemigos declarados ni vicios, al
parecer la vida del Obispo transcurría básicamente desde sus habitaciones a su
despacho, alguna reunión a la que solía ir acompañado y poco más. Según parece
lo más interesante de su vida es su pasado, estuvo destinado durante diez años
como Obispo de la diócesis en Ciudad de Guatemala, y al parecer tuvo un papel
relevante en los años 90 en las conversaciones de paz entre guerrillas y
gobiernos de diversos países centroamericanos. Se dice que tomó partido (al
parecer patinaba un tanto a la izquierda), y esto acabó por no hacer gracia a
la jerarquía eclesiástica que lo repatrió como obispo auxiliar de la diócesis,
donde lo dejaron apolillándose hasta ayer. Pero nuestro Obispo no se dio del todo
por vencido y durante los últimos diez años ha creado cierta polémica y malestar
por sus declaraciones progresistas en los medios de comunicación; lo cierto es
que en el ámbito religioso era tan admirado por el ala más moderada y ciertas
bases de la iglesia, como denostado por los conservadores y la curia romana.
Las reuniones de las que hablaba antes básicamente eran con colectivos de
iglesia de base, inmigrantes, pobres, etcétera. Así que os podéis imaginar por
donde iban los tiros. Os he dejado un dosier completo a cada uno-.
-Ajá, ¿y a
donde nos lleva todo esto?-, preguntó el inspector sin dirigirse a nadie en
especial,
-Bien-, habló Jiménez, -tenemos una víctima con
posibles enemigos ocultos, tanto por sus opiniones presentes como por su
actividad en el pasado, y un o unos asesinos que entran sin que nadie los
perciba, matan de forma silenciosa, rápida y limpia y desaparecen sin llamar la
atención. En principio cabe suponer o que el asesinato lo ha cometido un
sicario contratado por alguien que quería ver muerto al Obispo, o que se trata
de un pirado con ganas de gloria y muy listo. Si es lo primero lo tenemos
difícil porque lo más probable es que el sicario ya ni siquiera esté en el país;
y si es lo segundo que Dios nos coja confesados porque como le guste lo que ha
hecho puede que esto solo sea el principio, y no perdamos de vista el detalle
de que la víctima era un personaje más o menos público. La prensa se nos va a
echar encima si no damos respuestas rápidas-.
Navarro permanecía en silencio, barajando la
obviedad que había expresado Jiménez y a la que el grupo, en función de sus
caras, parecía dar como buena. La excepción era, una vez más, la inspectora
Iglesias que permanecía abstraída.
-Aún tenemos demasiado poco, pero vamos a empezar a
trabajar sobre ambas hipótesis, la del sicario y la del psicópata. Encargaros
de mover a la gente y que un grupo establezca contacto con gente cercana al
Obispo cuando ejercía en Centroamérica, hay que averiguar si recibió amenazas y
por parte de quien, así como si ese quien lo odiaba lo suficiente como para
cargárselo años después, tirar de ese hilo. Por otro lado lanzad la idea del
pirado a los loqueros y a ver qué se les ocurre, pero me los controláis que ya sabéis
que suelen ser como un dolor de huevos, que se ciñan solo a los hechos que
tenemos encima de la mesa. Venga, a la faena y a falta de informes forenses de
más peso no quiero ni una palabra a los medios. Marta, tu quédate-.
Cuando el resto del equipo abandonó la sala Navarro
se quedo mirando en silencio a la inspectora, la imagen de ambos de pié era
cuanto menos curiosa, todo lo que el inspector tenía de amenazante, por su estatura,
su físico de matón y sus formas, lo tenía Marta de inocente por motivos
claramente antagonistas. Su estatura era la mínima exigible para el cuerpo de
policía, y aparentaba ser aun mucho más joven de lo que en realidad era.
Un curioso rasgo personal y profesional que la distinguía
de entre el resto de sus compañeros, y que estos no sabían muy bien como tomar
con los consiguientes cuchicheos de mal gusto, era que Marta no sentía temor ni
especial respeto ante la figura de su superior, y que este la trataba de forma
diferente al resto de sus subordinados. Aunque la verdad de aquella extraña
relación era que Marta era la debilidad de Navarro, primero porque la joven
tenía la capacidad de ver lo que a él se le escapaba, y eso era
profesionalmente una gran ventaja, y segundo porque desde la primera vez que la
vio despertó en él una filiación casi paternal, Marta era para Navarro algo así
como “la niña”, la que nunca iba a tener.
-¿Me lo vas a contar de una puta vez o qué?-,
preguntó Navarro,
Tras unos segundos de indecisión Marta preguntó,
-¿Qué era el Obispo García?-,
-¿Que era de qué?, Joder Marta, no empieces a marear
con tus historias-.
Navarro sabía que el improperio no afectaba a la inspectora,
el juego no era así. Suspiró, gruño y carraspeó soltando adjetivos entre
dientes.
-Cura, hombre, viejo, contrario a la doctrina de sus
jefes, es decir, rebelde, es decir, nada manso…-
-No, no es eso, o al menos no solo eso. Hay otros
creyentes, curas o no tan críticos o más que el Obispo con la política de la
Iglesia. Seguro que estoy equivocada y lo que parece obvio y hemos comentado en
la reunión es la respuesta a quien puede ser el asesino, pero a veces lo obvio
no es lo correcto, ya sabes-.
En un puro ejercicio de introspección, la inspectora
comenzó a hilar sus pensamientos.
-Lo que mejor definía al Obispo como personaje
público era su carácter progresista moderado, piensa que le costó que lo
sacaran de las conversaciones de paz y eso debió de joderle el ego y mucho por
muy santo que fuera; que claramente no lo era, pues cuando lo castigaron a un
sitio anónimo él, en vez de callar y asentir tal y como manda la santa madre
iglesia, se codeó con marginales y defendió una línea de acción que es de la
misma naturaleza de sus tiempos en Centroamérica; así que puede, y solo puede,
que por eso lo mataran, por la significación progresista que representaba ante
los demás contra la doctrina establecida, por su personaje, porque no se rindió
del todo-.
-¿Y?-, preguntó Navarro,
-¿Todavía no lo ves?, ¿Quién mata a un personaje
público progresista en un determinado lugar y momento?, evidentemente alguien
que no lo es, su contrario-, se respondió a si misma. -Y puesto que ha sido
asesinado aquí y ahora, ¿quién es aquí y ahora lo suficientemente conservador
como para matar a un cura progre?-.
-¿La extrema derecha?, ¿Me estás diciendo que puede
ser un crimen político?-, preguntó Navarro escéptico.
-No lo sé, solo estoy expresando en voz alta lo que
me viene. Por otro lado cabe la posibilidad contraria. Estuvo en las
conversaciones de paz hasta que lo repatriaron, es decir, siguió en las
reuniones pese a, o mejor dicho, por sus ideas. Pero cuando lo trajeron aquí no
renunció a su posición para ir a las barricadas contra la jerarquía, sino que
desde esa posición continuó abogando por lo que consideraba justo. Por lo
tanto, puede que alguien lo considerara un traidor, un cobarde por no sumarse o
liderar una postura más belicosa, más extremista…-
-A ver si lo pillo, me estás diciendo que si
consideramos la opciones que hemos tocado en la reunión, si es un asesinato por
encargo debemos buscar entre la extrema derecha del país a alguien lo
suficientemente poderoso como para organizar el asesinato, y que el móvil es la
venganza, o el odio o el miedo hacia lo que la victima representaba, sabía o
tenía guardado y suponía una amenaza. Pero si el asesino es un colgado, puede
que asesinara al cura porque lo había defraudado-.
-Puede ser, jefe. O puede que no, ya te he dicho que
solo son ideas-.
-De acuerdo. A falta de algo más concreto quiero que
tú te encargues de analizar tus desvaríos. Investiga a ver si encuentras a
alguien que lo odiase o temiera hasta ese punto, y por otro lado, si dejó de
ser héroe para ser villano para algún imbécil. Infórmame solo y exclusivamente
a mí. No quiero levantar más suspicacias que las justas, al menos por ahora-.
Cuando la inspectora Iglesias abandonó el despacho
Navarro pudo pon fin suspirar. No sabía cómo debía sentirse, así que estaba
contrariado. Contrariado y preocupado, si las cosas discurrían hacia las asépticas
conclusiones de la reunión con el resto del equipo, y el asesino era un loco
con ansias de gloria o un terrateniente bananero las cosas podían ir muy bien
para él; fácil, puede que rápido y con la suficiente repercusión mediática como
para que su nombre sonase a nuevo y flamante comisario. Por el contrario, si
Marta tenía razón, eso implicaba a alguien poderoso de aquí y ahora, que
posiblemente ya estaría informado de quien y como investigaba, y eso era malo,
muy malo pues no iba a facilitar las cosas, más bien podía hundir su carrera si
se sentía amenazado. Por otro lado, si el asesino era un extremista puede que
no actuara solo, Navarro sabía por experiencia que los radicales no nacen por
generación espontánea, sino como consecuencia de una ideología que normalmente
comparte un grupo, y no tenía claro hacia donde podía llevar la investigación
esa hipótesis.
-Bien, calma-, se dijo a si mismo. -Hoy ha sido un
día muy largo, y mañana no tiene pinta de ser mejor-.
La semana siguiente al asesinato del Obispo Jesús
García fue frustrante para Navarro. Aquella primera impresión de que el caso
podría encumbrarle se desvanecía a medida que el tiempo avanzaba y la
investigación no, eso sin contar con que los acontecimientos le estaban
empezando a superar. El secreto de sumario establecido por el juez había durado
lo que un funcionario de escaso sueldo y escrúpulos había tardado en sucumbir
al soborno del periodista de turno, y tratándose de un personaje público (al
parecer de más relevancia de la que había calculado), los medios estaban como
perro tras su presa, y la presa era la investigación. Sus superiores, malditos
cabrones, no hacían otra cosa más que presionarlo y amenazarle con quitarle el
caso y “dárselo a alguien más competente”, lo cual no ayudaba mucho a
tranquilizar su ánimo; y la autopsia, como si de una broma se tratara, concluía
que el Obispo había muerto como consecuencia de un paro cardíaco, manda huevos.
Los golpes evidentemente lo habrían matado de todas formas, pero el muy jodido
se murió como consecuencia del shock que le produjo despertar en medio de la
sesión que le estaba regalando el asesino, o inmediatamente después de que
terminara.
En cuanto a las pruebas biológicas, no había nada
concluyente. Todo, absolutamente todo, era o normal o circunstancial, había
restos biológicos que no se correspondían con las personas más cercanas al
obispo, como pelos, pero con el tránsito de personas en el despacho eso era lo
lógico; y por otra parte el asesino se había tomado la molestia de utilizar un
arma que no dejaba rastro ni residuos. Así que a Navarro solo le quedaban, de
momento, las mismas hipótesis de la primera reunión; eso sí, la del complot
para asesinarle por medio de un sicario orquestado por mandamases
centroamericanos se iba desmoronando poco a poco, básicamente porque tal y como
le había señalado un Subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores, al que
interrogó por estar presente en aquellas reuniones de años atrás, no tendría
ningún sentido. Lo cierto es que casi dos décadas después de las conversaciones
los mismos poderosos de antes eran los de ahora, solo que ya no tenían que
preocuparse de molestas guerrillas y además, sus nuevos trajes de dirigentes de
Repúblicas Democráticas en vez de dictaduras de derechas les venían
estupendamente para seguir siendo los amos del chiringuito y haciendo lo mismo,
forrarse a cuenta de la pobreza del resto de sus conciudadanos. Así que ¿para
qué molestarse en remover la mierda con un asesinato?, no es que tuvieran el
más mínimo problema en hacerlo si era necesario, pero es que simplemente no lo
era para el buen funcionamiento de sus negocios; al contrario, con las
conversaciones de paz en los términos en que se firmaron los vencedores, en
términos absolutos, eran ellos; habían utilizado las formas para que los fondos
siguieran siendo los mismos. Los pobres a los que el señor Obispo había
pretendido defender tomando partido por ellos se habían convertido con el
tiempo en más pobres, en directa proporción a como los ricos se habían hecho
más ricos. Y esto llevaba al inspector al aquí y al ahora y a empezar a dar más
importancia de la que quisiera a las ideas de la inspectora Iglesias.
Le quedaban tres hipótesis, la del psicópata sobre
la cual había decido poner a trabajar al equipo, y las de Marta que llevaba
ella en solitario, y lo cierto era que al menos parte de razón tenía en su
línea de razonamiento. Si se sabía cómo leer entre líneas los editoriales de
ciertos medios de comunicación, y Marta sabía hacerlo muy bien, tanto los de la
derecha más radical como los de izquierda de mismo apellido, tras condenar como
mandan los cánones el asesinato, vertían críticas más o menos veladas hacia la
figura del Obispo. No cabía duda que tras esas críticas se escondía el regocijo
por la desaparición, “en trágicas circunstancias” de alguien a quien
consideraban claramente un enemigo.
¿Cómo era esa frase que alguien, no recordaba quien,
le dijo una vez a cuento de vete a saber qué cosa?, “la parálisis del análisis”,
o alguna chorrada parecida. Definía perfectamente su ánimo, el inspector
Navarro necesitaba una señal, y le importaba un carajo que fuera Dios o el
Diablo quien se la mandase.
Son las dos y cuarto de la mañana y hace nueve días
que maté al Obispo. Las cosas, las consecuencias, las reacciones de la sociedad
ante el asesinato entran dentro de las previsiones, aunque debo poner riendas a
mi ego y tener la debida precaución. Presuponer algo, por muy objetivo que parezca,
entraña el riesgo de equivocarse; y apostar vidas y perder es de estúpidos, tan
de estúpidos como la falsa modestia (sobre todo cuando con quien razonas es
contigo mismo), y las cosas van bien, al menos en esta primera fase. Frente a
mí, la pantalla del ordenador despliega los titulares de la versión digital de
los principales medios de comunicación del país de los últimos días. Asesinato,
conmoción, incomprensible, sin pistas, complot o loco, funeral masivo, miles de
personas dan su último adiós, etc. Pero el sobresaliente se lo lleva la noticia
de los incidentes en el funeral, lo de las dos centenas de jóvenes que
increparon a la jerarquía eclesiástica del país al grito de Fariseos, traidores
y asesinos. Yo estuve en el funeral, necesitaba comprobar la respuesta social,
y lo cierto es que pese a las presiones para que no se publicasen los
altercados, el escándalo había superado con creces la pretendida censura del
clero; es más, la cifra de quienes lograron echar del templo a los obispos era
claramente superior, y muchos de ellos eran sacerdotes, y las noticias son muy
poco censurables en los tiempos que corren. Internet bullía en un crescendo de
imágenes de teléfono móvil donde se documentaban los incidentes, y los medios
(lo quisieran o no) se iban poco a poco rindiendo a la audiencia. He logrado
hacer más famoso al obispo muerto que cuando estaba vivo, es normal, no tiene
mucho mérito….
Es horrible hacer algo horrible para nada, así que
con una sonrisa de satisfacción falsa e hipócrita borro todas las pantallas
salvo los dos editoriales que ya he leído varias veces, y tomo la decisión
sobre las que me interesan por su repercusión social.
El primero es de manual de psicología de primer año.
Lo firma Iván Manzanos, columnista y tertuliano de esa renacida derecha rancia
y avinagrada que desde hace unos años va tomando forma y fuerza en el país. Empieza
por un virginal e hipócrita
-…todos sentimos la pérdida sin sentido del Obispo
auxiliar Don Jesús García…-,
Para tres líneas más abajo describirlo como,
-…un marxista con la vocación desviada, que utilizó
la Iglesia para cubrir sus necesidades de protagonismo patológico, cuya muerte
nos debe hacer reflexionar sobre el papel que cada uno ha de ejercer en función
del hábito que viste…-
Bien, claramente no me equivoqué contigo.
El segundo editorial lo firma una conocida
periodista, Carmen Torres, y francamente me ha gustado tanto como el anterior, también
se ajusta al objetivo como anillo al dedo. O escribe muy bien o ciertamente le
ha afectado la muerte del hombre, las dos cosas. Dice en su artículo que lo
entrevistó en cierta ocasión, y que a raíz de esa entrevista…,
-tuve el privilegio de conocer a un buen hombre
contrariado por el devenir del mundo, que no entendió nunca porqué las cosas
son como son, sucias, antinaturales, contrarias a la dignidad humana, donde la
vida tiene un precio medible en función de las voracidades de los poderosos-…,
Y concluye el artículo con un…,
-llamamiento a difundir y hacer propios los valores
que Jesús García tenía-, y eso querida, al menos de momento, te puede convertir
en mi chica.
Siete
de Mayo.
Para dedicarse a esto del asesinato hay que tener claras
las cosas. Tal vez la principal sea porqué lo haces, pero no me apetece
perderme en eso ahora, la reflexión va por otro lado. Información, medios y
oportunidad van por un lado, y por el otro conocerte a ti mismo y saber hasta
dónde estás dispuesto a llegar y lo que te juegas si fracasas, el que algo sea
obvio no significa que no sea relevante.
En cuanto a lo primero, la información necesaria
para acabar con tu víctima nace en ella misma. Si sabes observar con la
suficiente paciencia, hasta el más protegido de los mortales tiene rendijas,
nadie está seguro y quien diga lo contrario simplemente se equivoca; y la razón
es tan obvia como sencilla, somos por definición contradictorios. Si imagino un
magnate, un político o cualquier personaje público de relevancia, lo que veo es
a alguien que por su propia condición necesita protegerse de aquellos que
podrían causarle daño a él, a sus bienes o a sus seres queridos; pero por otro
lado está la persona, que con el tiempo se sentirá confinada en ese círculo de
seguridad artificialmente creada; y cuanto más de ese tiempo transcurra, mayor
necesidad de libertad y privacidad tendrá. La rendija por la que colarse está
servida. Por tanto, cuanto más conozcas los movimientos de tu víctima, cuanta
más información recabes y proceses de su vida, más eficiente serás quitándosela.
Los medios cumplen una función primordial, son el
acceso y la vía de escape del asesino no casual. Los necesitas para reunir la información
útil necesaria de la víctima y cubrir la logística; pero además de todo eso, y
esto es lo más importante, te permiten dedicarte a tus objetivos sin
distracciones. Evidentemente, cuando digo medios no me refiero a parafernalia peliculera,
sino simple y llanamente a tener tanto la formación necesaria para hacer las
cosas como se deben de hacer, como a disponer de los recursos económicos
suficientes como para no tener que perder cuarenta horas semanales de tu vida
en tonterías para cubrir tus necesidades. Si por cualquier circunstancia te
tienes que dedicar a esto, y circunstancias hay muchas y variadas, hazlo en
exclusiva, es incompatible con una vida normalizada.
Y la oportunidad, evidentemente, es el fruto que cae
maduro si logras combinarlo todo. Suma de paciencia y tiempo, el resultado llega
culminando bien tu trabajo.
Dejo de mirar hacia adentro con una leve sensación
de asco hacia mí mismo. Puedo escudarme en la frialdad, las normas y el manual,
pero no cuela cuando veo el cadáver de esta mujer en el suelo. Me voy haciendo
viejo, supongo, y más crítico con las cosas que hago por interesante o necesario
que sea hacerlas.
La oportunidad para acabar con todo un diputado me
llegó a través de esta relación que hace apenas una hora era ilusión de futuro
y ahora no es nada. La información estaba ahí para quien quisiera conocerla; joven
diputado del congreso con un porvenir magnífico conoce a joven afiliada a su
partido, y nace un romance que está en boca de todos. Perfectos novios enamorados,
guapos, modernos, felices y con trabajos tan absorbentes que solo les permiten,
hasta que formalicen su relación con el clasicismo que tanto sus tradicionales
familias como la hipocresía social mandan, verse a partir de las nueve de la
noche, momento en que se olvidan de todo y todos para estar solos en casa de
ella.
Hoy, esa felicidad les cuesta la vida. Ella ha
entrado en su casa, ha dado dos pasos, y ha muerto por el impacto brutal de una
barra de acero en su cabeza, el análisis del fallo con el Obispo ha sido
resuelto.
El escolta deja al diputado junto al portal, sabe
que a partir de este momento sobra. Por supuesto que rondará la zona, más o
menos atento a cualquier señal de peligro o a una llamada de emergencia; pero
su atención, tras mes y medio de relación de la pareja se ha relajado. Da el
aviso por radio de que todo está correcto y se dirige al restaurante italiano
pensando en su cerveza y su pizza de cuatro quesos.
Jorge Palacios, diputado en el congreso por el
partido conservador y hombre felizmente enamorado sonríe al espejo del ascensor
mientras afloja el nudo de la corbata, le estorba todo, y ahora en su mente
solo existe Carmen, su chica, nada más. Abre la puerta del piso, está a oscuras
salvo por la luz del cuarto de baño donde se oye la ducha, cierra la puerta y
avanza sin mirar más allá de esa luz, pronunciando su nombre, y un millón de
estrellas estallan a la vez frente a sus ojos, en sus ojos.
Una vez estuve en un matadero. La pistola neumática
es un arma formidable, antes de que la pobres vacas cayeran desplomadas sobre
la línea de producción ya estaban muertas, ya no eran vacas, eran carne. Sé que
el diputado ha muerto antes de caer al suelo, son cosas que uno sabe. No
obstante, metódico le tomo el pulso hasta que se apaga, lo coloco en posición
favorable, me tenso y golpeo produciendo con cada golpe ruidos sordos que se
unen al crack seco de huesos rotos. Enciendo las luces y reviso la escena
retirando lo que delata y dejando lo que ha de ser dejado. No olvido las tan
necesarias fotografías y me esmero en los encuadres. Saco su móvil del bolsillo
interior de la chaqueta y busco el número de emergencia, doble “A”, el primero
de la lista. Apago las luces y salgo del piso cerrando la puerta. Bajo por las
escaleras sin hacer ruido, espero a que se apaguen las luces y me asomo al
portal. El escolta no está, se ha ido al restaurante italiano de la esquina
donde acostumbra a cenar cuando está de turno de vigilancia del diputado, así
que salgo con sigilo mientras marco su número en el móvil, dejándolo sonar
hasta que el atribulado escolta responde, no contesto y dejo que repita sus
preguntas varias veces, hasta que lo veo salir del restaurante y dirigirse
rápido hacia el portal que acabo de abandonar. Cuelgo, saco la batería por si
se le ocurre sumar dos y dos y pedir un rastreo y sigo caminando; es hora de
dar un paseo tranquilizador hacia ninguna parte, aunque primero he de pasar
junto al río para deshacerme del teléfono. No me imagino haciendo esto teniendo
que ir a cubrir un trabajo mañana de seis a dos, definitivamente los medios son
necesarios.
El teléfono sonó exactamente a las 2,30 de la mañana
del día ocho de Mayo.
-¿Inspector Navarro?, le habla el capitán Arteaga,
de Seguridad Nacional. Se le requiera para que se presente inmediatamente en la
calle los Tilos 23. Traiga con usted solo a dos miembros de su equipo, le
repito, solo a dos miembros. Confirme esta llamada con su comisario, dese
prisa-.
Navarro, interrumpido en mitad de su sueño, no
entendió claramente lo que le estaban diciendo hasta que no se lo repitieron
por segunda vez; hizo tres llamadas y se levantó de un salto con la mareante sensación
de estar viviendo dentro de una tópica película americana, así que para asentar
la realidad y su estómago tomó un carajillo frío preparado a bote pronto. En el
trayecto hacia el lugar que le habían indicado recogió a Jiménez y a Marta, les
iba a necesitar más que como parte de la orden del desconocido capitán, como
apoyo. Los dos hicieron las mismas preguntas para las que él todavía no tenía
ninguna respuesta, y ante las cortantes palabras del inspector sobre hacia
donde, con quien y de qué manera podía irse la Seguridad Nacional, todos los
comisarios y la santa madre de todo el mundo, ambos optaron por callar.
Mientras conducía, Navarro rumiaba sobre el escueto
mensaje de la llamada y la reacción de su superior cuando le pidió la
confirmación de la orden, había sido, podría jurarlo, de miedo. No le había
gustado nada el mensaje, y menos aun el tono militar del tal Arteaga, pero lo
que hizo despertar todas las señales de alarma de su cerebro fue el espectáculo
con el que se encontraron al llegar a la dirección señalada. Entendió, tan
claro como que la noche sucede al día que iba a ser, lo quisiera o no, actor
invitado en una obra de la que de momento desconocía el guión, y eso era algo
que no lo entusiasmaba en absoluto.
La calle de los Tilos parecía la quinta esencia de
la ausencia de discreción, lo cual sacó de la cara de Navarro una sonrisa entre
nerviosa, lobuna y socarrona. No pudo evitar un comentario grosero acerca de la
“profesionalidad” de los agentes de la Seguridad Nacional, mezclado con
adjetivos bovinos dirigidos hacia las personas que pululaban entre vehículos de
todo tipo, eso si, todos muy pulcros y perfectamente colocados en un logrado
caos. El agente ante el que se presentaron en la puerta del piso, de donde no
dejaban de salir y entrar personas, los miró con el mismo desagrado que recibió
por parte de Navarro y su equipo, la uniformidad del traje y corbata de los funcionarios
de la Seguridad Nacional contrastaba de forma cómica con la figura de oso
desaliñado de Navarro, la cara de comadreja de Jiménez y el espectacular
conjunto de chándal, zapatillas rojas de básquet, y pelo sin coloración
definible de la inspectora.
-Antes de seguir adelante-, les dijo secamente, -permítanme
que deje claras varias cuestiones. Soy el capitán Arteaga, de Seguridad
Nacional, y por orden de la Subsecretaría de Seguridad del Estado asumo el
mando, en cuanto a ustedes se refiere, de las investigaciones pasadas,
presentes y futuras del caso. A partir de este momento tienen dos opciones como
personal civil que son, una es desligarse y olvidarse de esta noche y de la
investigación del asesinato del obispo García, y la otra aceptar las condiciones
que yo les imponga, que básicamente consisten en que ustedes tres se limitarán
a asesorar y apoyar a mi equipo en las líneas de actuación del caso, ¿alguna
pregunta?-.
-Pues sí, señor capitán-, contesto Navarro
visiblemente molesto con la actitud de aquel tipo sacado de una revista cursi
de moda, -la primera, y le ruego que disculpe mi ignorancia, es ¿de donde coño
te has caído y quien cojones te crees que eres para dar órdenes a un equipo
civil de la policía?, con perdón. La segunda es ¿qué pijo pintamos en este puto
teatro?, y por último y si me disculpas, tengo un superior a quien informar de
que la Seguridad Nacional se atribuye competencias que no le corresponden en un
caso meramente civil. No sé si te dejo claro el asunto, dicho sea desde el
respeto-.
A Navarro, orgulloso de su interpretación, no le
gustó nada la sonrisa de desprecio que les dirigió el oficial mientras le
tendía un papel.
-Tienen dos minutos para aceptar la oferta o
retirarse señores, por mi parte solo informales que si por mi fuera ustedes no
estarían aquí, y reiterarles que las órdenes por las que se requiere su participación
vienen de muy arriba-, dicho esto dio media vuelta y se dirigió al interior del
piso, dejando a Navarro y a su equipo fuera de juego y mirándose entre si. El
papel de marras corroboraba lo dicho por Arteaga, e incluía un párrafo que dejo
estupefactos e intrigados a los tres, decía que si aceptaban la oferta
quedarían automáticamente exentos del resto de sus responsabilidades por el
tiempo necesario para “resolver el caso”. El sello y la firma del documento no
dejaban lugar a dudas, lo firmaba Roberto Hernández, Director de la Seguridad
Nacional. ¿Ninguna responsabilidad a cambio de participar en algo tan gordo
como para que esa gente tomara cartas en el asunto?, el inspector miró a sus
subordinados y dio un paso hacia el interior del piso.
Un “joder” se escapó de los labios del policía
mientras Marta suspiraba profundamente, en tanto que Jiménez parecía
petrificado mirando la escena que se habría ante los ojos del trío, ahora
entendían que hacían allí tanto la seguridad del Estado como ellos mismos.
Arteaga miró directamente a Navarro, interrogándole sin decir nada, este
asintió sin más, aceptando implícitamente la oferta del primero. A sus pies
estaba el cadáver de una mujer joven, con los ojos abiertos de par en par
mirando a ninguna parte. Un poco más allá, en una postura similar a otra que
Navarro tenía muy reciente, yacía el cuerpo roto de uno de los políticos más
mediáticos del país, Jorge Palacios, sin el menor atisbo de duda para los tres
policías, asesinado por la misma persona que mató al obispo García.
Ocho horas y media después de la intempestiva
llamada, el trío de policías tomaba su enésimo café en un bar próximo al
edificio que albergaba la sede de la Inteligencia del país. La pinta de
pordioseros no había pasado desapercibida, era imposible, a la camarera que les
atendió con reticencia no disimulada.
-Mucho traje, mucha tontería y muchos medios para no
llegar a ningún sitio, están tan perdidos como nosotros, jefe-, meditó en voz
alta Jiménez mirando fijamente su café.
-Lo que no acabo de entender es para que leche nos
necesitan, puede que ellos no tengan directamente experiencia en investigación
criminal, acostumbrados a sus cosas de inteligencia, pero hay otros cuerpos policiales
en el país de carácter militar con los que seguro trabajarían más a gusto-,
Dijo Navarro mientras trataba en vano de encontrar
una postura mínimamente cómoda en la que sentarse alrededor de la pequeña mesa.
-Además, ya tienen todos los informes, pruebas
forenses y hasta el puto papel higiénico de la comisaría. Francamente, y como
hagáis un solo comentario me cago en vosotros, no sé si sentirme alagado y
tonto, o acojonado por un sentimiento de que aquí se van a repartir hostias
como panes y alguna va para nosotros-.
-Bueno, puede que solo estén buscando la manera de
despistar en la cagada de la seguridad del diputado. Se supone que a nuestros
políticos de cierta alcurnia los protegen ellos-,
Meditaba Marta con la vista fija en la calle,
abstraída y agotada,
-y como el máximo responsable es el mismo que nos ha
llamado, pues a lo mejor es que trata de salvar su culo metiendo lo del
diputado con lo del cura en el mismo saco, tipo complot masónico extranjero
cutre. Los altos cargos son muy retorcidos, ya sabéis-.
-Parece una de marcianos, Marta-, habló el
inspector, -pero estoy demasiado cansado como para patearte el culo. Venga,
vámonos a dormir que estoy hasta los mismos huevos de asesinos pirados con
barras de hierro y gilipollas de traje-.
Al salir de la cafetería, y mientras se dirigían al
coche de Navarro, Marta se quedó clavada mirando fijamente la obra al otro lado
de la calle. Un obrero se afanaba en quitar los clavos de una tabla de encofrar
con una barra de uña. Cruzó la calle impulsada por una idea sin forma definida,
pero con la intuición de que había tenido una de las claves del caso frente a
sus narices todo el tiempo que miraba a través del cristal del bar. El obrero
miraba asombrado y de hito en hito a la pirada del chándal que se le venía
encima y los dos colgados que le gritaban desde la otra acera, pero aún más se
acojonó cuando la tipa bajó la cremallera de la chaquetilla dejando a la vista
un arma, mientras le ponía enfrente de las narices una placa.
-Policía-, le espetó mientras sus colegas se
acercaban a la carrera, -necesito que me preste la barra-.
La noticia tardó en llegar a cada rincón del Estado
lo que algún interés, probablemente económico, tardó en difundirla…, y ya se
sabe que el tiempo es oro. Vende mucho la muerte, y cuanto más notorios son los
personajes, mayores beneficios se obtienen. Pero lo cierto es que ni el país,
ni los medios de comunicación, ni la clase política estaban preparados para
algo así. Estas cosas sucedían en otros sitios. Ni siquiera hubiésemos
pestañeado si en cualquier telediario o periódico nos dijeran que lo que pasó
ocurrió en Estados Unidos, Japón o la Conchinchina, pero aquí el estupor fue
general. Los ciudadanos reaccionaron de diversas formas que abarcaban desde el
asombro por la relación macabra entre los dos asesinatos, hasta la indignación
y la rabia de quienes se sentían cercanos a los personajes asesinados y sus
valores, y es que esos valores eran el único nexo de unión entre las víctimas
antes de sus asesinatos. Jorge Palacios fue a su partido, el conservador, lo que
el obispo García a la iglesia; personajes con la etiqueta de progresista cosida
a la piel. Evidentemente ambos fueron útiles a sus superiores representando un papel de “válvula de escape”
en unas instituciones tan rígidas y jerarquizadas como la iglesia y un partido
político, donde más vale tener bajo el ala y controlados a los díscolos, que
gritando en la oreja de sus líderes a través de los medios de comunicación.
En la calle no se hablaba de otra cosa, y los
medios, sin experiencia propia en este tipo de eventos, disparaban suposiciones
desde todos los ángulos de sus líneas editoriales hacia todas las conjeturas
habidas y por haber. En cuanto a la clase política, tan sorprendida como el
resto del país, reaccionaba en función de sus propias inercias; es decir,
tratando de sacar partido, culpando de forma sibilina al adversario, exigiendo
responsabilidades siempre que fueran ajenas y volcando en las fuerzas de
seguridad toda la presión necesaria para no perder ni un voto, y si era
posible, incluso ganarlo. Mientras, la iglesia miraba al cielo buscando
predicamento, temerosa tras los acontecimientos del funeral del obispo de la ira
de sus tropas. En resumen, el país era un gallinero cabreado y a la vez temeroso
donde todos exigían respuestas; querían un culpable que cumpliera los
requisitos necesarios para dejar satisfechas las conciencias, ardua tarea pues
la naturaleza humana siempre busca la culpa en el que nos es ajeno, nunca en lo
propio.
En cuanto a mí, apenas veinticuatro horas después de
salir del piso de la pobre chica, paseo cabizbajo por la calle atestada,
filosofando sobre la dualidad de la que soy hipócritamente consciente.
Debatiéndome, aún sabiendo que no llegaré a más conclusiones que las ya
decididas hace tiempo, entre la necesidad de la lógica maquiavélica y el
absurdo de segar vidas en función de un fin. Me enfado con los que me rodean,
con los medios, con los políticos y con el mundo porque nadie se pregunta qué
sintió el obispo la primera vez que vio los millones de verdes que tiene la
selva centroamericana, ni que se decían Carmen y su diputado cuando estaban
solos. Yo lo vi mientras los mataba, lo he visto tantas veces. Dicen que cuando
mueres ves pasar la vida que has vivido ante tus ojos, no sé si eso es totalmente
cierto; pero lo que si sé es que cuando matas, todo lo que ha sido y lo que le
quedaba por ser a tu víctima se funde bajo tu voluntad en un acto en el que
eres Dios y Diablo a la vez, no hay mayor poder ni mayor desgracia que decidir
el momento en que una persona ha de morir. O eso o solo intento justificarme
patéticamente. Sé que solo son estupideces, pero me sirven como la morfina
sirve al enfermo terminal. Se, como no, que con quien más enfadado estoy es
conmigo mismo. Y se, como no, lo vivo que me hace sentir el matar.
Paco, el camarero, me ve entrar en su local y
sentarme en la mesa de siempre; de espaldas a la pared, de cara a la puerta. No
dice nada, ni un músculo de su cara se mueve mientras me sirve una cerveza que
no he pedido, unos minutos más tarde y también en silencio me servirá la cena. Mientras
deposita el vaso sobre la mesa le sonrió sin ganas, posa su brazo sobre mi
hombro, aprieta con suavidad y se va a seguir con su trabajo, ya son muchos
años y el muy cabrón me conoce como una madre a su hijo.
Diez de
mayo
La reunión comenzó con puntualidad Británica a las
ocho en punto de la mañana en la sala de reuniones del complejo. La enorme y
alargada mesa estaba presidida por Arteaga, a izquierda y derecha se situaban
los miembros de su equipo, seguidos de forenses, expertos varios en variadas
áreas y al final, en la esquina más extrema, Navarro, Marta y Jiménez.
Arteaga, antes de llamar al orden y dar por
comenzada la reunión, no pudo menos que fijarse en los tres policías, -por lo
menos hoy vienen mínimamente presentables-, se dijo a si mismo mientras una
pequeña campana de alarma sonaba en el fondo de su mente.
-Sonríen, estos cretinos están sonriendo como un
gato con un ratón en la boca-, pensó mientras miraba un maletín negro y
alargado al que Navarro no quitaba las manos de encima.
-Bien-, habló Arteaga, -vamos a empezar la reunión
sin más preámbulos. Como pueden comprobar este es un grupo multidisciplinar
creado con el único objetivo de detener al responsable o responsables de los
asesinatos, así como evitar posibles nuevos crímenes. Quiero agradecer a todos
ustedes su presencia, y especialmente al cuerpo de policía por ceder la documentación
que ya tenían acumulada-.
-Y una mierda ceder-, no pudo dejar de pensar
Navarro.
-Frente a ustedes tienen la compilación de todos y
cada uno de sus trabajos individuales-, prosiguió el agente de Seguridad
Nacional, -y si me lo permiten, haré un resumen de sus argumentos-.
-Según la policía, podemos destacar que el o los asesinos
son de ideología extremista o un psicópata, estas hipótesis han sido corroboradas
por los peritos aquí presentes, añadiendo la posibilidad de que el asesino
cumpla con ambas. En el primer caso afirman que el móvil podría tener que ver
con un sentimiento de traición por parte de las víctimas hacia los ideales de
cualquiera de las dos ideologías,-.
-En el caso de una psicopatía, la necesidad de la
muerte de las tres víctimas o un afán de protagonismo podría ser la causa de
los asesinatos, pero lo cierto es que no hay evidencias de en qué se basa esa
necesidad al menos por ahora; y en cuanto al afán de protagonismo, el asesino
no ha demostrado interés alguno por hacerse público de momento.-
-En cualquiera de los dos casos, y pasamos a las
pruebas forenses, lo que está claro es que una sola persona fue el ejecutor
directo con o sin el apoyo de otros. Los ensayos realizados demuestran
metodológicamente que el asesino es una persona de aproximadamente 1,75
centímetros, diestra y de complexión lo suficientemente fuerte como para que la
potencia de los golpes no disminuyera considerablemente desde el primero al
último. Se considera que no golpeó muslos y brazos porque la masa muscular de
las víctimas podría haber dificultado la rotura de los huesos. En la primera
víctima, el obispo García, se observó que la muerte le sobrevino por paro
cardíaco posiblemente causado por el dolor y el estrés de la situación, pues en
algún momento de la paliza estuvo consciente. La segunda, Carmen Yuste, fue
asesinada por un solo golpe muy contundente que le destrozó la nuca. En cuanto
al diputado Palacios murió de igual forma que su novia (potente golpe en la
nuca), y el resto de golpes fueron causados post morten exactamente de la misma
manera y en el mismo orden que al obispo. Asimismo, el que matara a la mujer de un solo
golpe y no se ensañara con el cadáver hace suponer que fue una especie de daño
colateral, la llave para acceder al objetivo del asesino, afirmación basada en
el hecho de que el diputado estaba permanentemente escoltado salvo en el piso
de su novia-.
Arteaga hizo un paréntesis mientras bebía un vaso de
agua, -bien, lo que a continuación les voy a revelar es la única prueba física
de que disponemos en este momento. Hemos logrado una coincidencia entre las dos
escenas del crimen. En el análisis de las pruebas biológicas se han detectado
pelos de una misma persona-.
Entre los presentes que no conocían el dato se
produjo un murmullo, Navarro y sus dos acólitos intercambiaban comentarios en
rápida sucesión.
-Los datos extraídos de ellos-, prosiguió unos
segundos después acallando a los presentes, -corroboran lo que les he expuesto,
son de la misma persona y nos aportan nuevos elementos. Es un hombre
mediterráneo, de entre cuarenta y cuarenta y tantos años, sano y con gustos lo
suficientemente sibaritas como para usar productos cosméticos capilares caros,
muy caros-.
-Por tanto, y a modo de resumen, la línea de
investigación se encamina de momento y en función de lo que podemos probar, a
la búsqueda de un hombre de mediana edad posiblemente nacional; de complexión
media fuerte, con recursos económicos altos, de ideas radicales apoyado o no
por otros, y si me lo permiten, lo suficientemente loco como para tener
revolucionado el país…, Creo que es necesario recordarles la repercusión del
caso, así que les ruego discreción. Cada uno de ustedes debe poner toda la
carne en el asador para resolver esto rápida y eficazmente antes de que sucedan
más cosas. Si nos fijamos en quienes son las personas asesinadas, y estoy
convencido de que la clave y el móvil del caso se esconde ahí, al asesinato de
un miembro destacado de la iglesia y de otro de la política junto a su novia le
pueden seguir el de personas afines a la magistratura, los medios de
comunicación, sindicatos o cualesquiera que en este país tenga relevancia pública
suficiente para el asesino y sus cómplices, si es que no trabaja solo. Nada nos
garantiza que esto haya acabado mientras no sepamos cual es el verdadero móvil
del asesino. Sabemos el cómo, pero en el porqué solo tenemos conjeturas. Bien,
¿alguno de ustedes tiene algo que añadir?-.
Navarro izaba la mano al fondo de la mesa como lo
haría un niño en la escuela, Arteaga le dio la palabra con un claro gesto en la
cara de -me voy a arrepentir de esto-.
Levantando su corpachón, Navarro sonrió a los
presentes con una sonrisa amarilla.
-Agradecemos al capitán Arteaga su presentación
sobre lo que el humilde cuerpo de policía ya sabía y a cuyas conclusiones previas
ya habíamos llegado, nos sentimos ciertamente contentos de poder aportar
nuestro granito de arena-, dijo mirando desafiante a los miembros de la mesa, -pero
como de lo que se trata es de trincar a los malos, no opinaré sobre quién y
cómo debería dirigir el caso y nos plegaremos a las exigencias del guión. Muy
bueno lo de las pruebas forenses con la coincidencia, y no se para ustedes,
pero para nosotros está clara la ideología del asesino. Podemos ir directamente
al grano apuntando hacia la extrema derecha, pues ningún rasca púas de
izquierdas se gasta la pasta en cosméticos; en un arma puede, pero nuestra
experiencia en la calle nos dice que no en gomina y tinte. La calvicie y la
caspa es a la clase obrera como el suavizante de pelo a la burguesía,
consustancial. Puede que a ustedes les parezca un planteamiento simple, pero no
olviden que los problemas complejos suelen tener respuestas sencillas-.
-En otro orden de cosas, y mientras ustedes
estudiaban nuestros informes, lo que me permiten conservar de mi equipo y yo
hemos estado indagando sobre un tema sobre el que hasta ahora se ha pasado de
puntillas, y que junto a la pijotería del asesino nos hace dar un pasito más en
su caza. Marta, cuando quieras-.
La inspectora Iglesias se levantó, abrió el maletín
y extrajo una barra de acero de su interior, así como un taco de madera de diez
por diez por treinta centímetros. Se acercó hasta el centro de la alargada mesa
y haciéndose sitio entre dos de los presentes comenzó a hablar.
-Hemos centrado parte de nuestras investigaciones en
el arma homicida. Todos estamos de acuerdo en que se trata de una barra como
esta-, dijo mientras la dejaba caer con estruendo sobre la mesa, -pero una cosa
es imaginar, por muy científico que sea, como se realizaron los asesinatos, y
otra recrearlo-.
Levantando la vista hacia los presentes, Marta fijó
su atención en uno de los asistentes.
-Perdone, un par de preguntas, ¿cuánto mide usted y
que deporte practica, si es que practica alguno?-,
-un metro con setenta y ocho centímetros, y soy
experto en artes marciales-, afirmo el hombre en tono suspicaz,
-bueno, es usted un poco más alto que las
previsiones sobre el asesino pero creo que esto corroborará un poco más las
suposiciones a las que hemos llegado-.
Haciendo un gesto le pidió que se colocase a su lado
mientras seguía dando explicaciones para el resto,
-este hombre, disculpe pero no se su nombre-, le
dijo mientras le dirigía su mejor sonrisa, -es claramente más joven que el
asesino y parece que está en buena forma
física, así que en principio no tendrá ningún tipo de dificultades en repetir
los golpes que propinó el asesino a sus víctimas-.
El auditorio de expertos y miembros de la Seguridad
Nacional no acababan de comprender hacia donde iban los policías, pero ver tan
cerca la barra del mismo tipo que la que utilizó el asesino les hizo retener, al
menos de momento, la mirada de superioridad y hasta de claro malestar con la
que hasta ese momento y desde el discurso de Navarro habían mantenido hacia los
policías.
-Bien-, prosiguió Marta, -creo que todos tenemos
claro el orden de los golpes propinados por el asesino. Primero golpeó a sus
víctimas en la cabeza, aturdiéndoles o matándoles directamente, puesto que
ninguna de ellas presentaba heridas defensivas en manos o brazos, aparte de que
es el método más lógico para evitar enfrentamientos con ellos; así que una vez
hecho esto, y con la victima de turno en el suelo, alzó cada uno de los
miembros hasta una altura suficiente para hacer correctamente su labor, ya que
una pierna o un brazo a ras de tierra, si lo visualizan en su mente, es
incomodísimo de golpear en el ángulo horizontal que presentan las fracturas, el
asesino prácticamente tendría que tumbarse para lograr ese ángulo. En cuanto a
la cabeza, evidentemente el primer golpe fue con las víctimas de pie y los
otros dos girando y sujetando el cuerpo hasta que encontró el ángulo que
deseaba. Bueno, ahora me gustaría que tomase la barra-, le dijo al miembro de Seguridad
Nacional que estaba listo a su lado, -y que coloque sobre el asiento de una
silla la madera, la golpee tres veces imitando los golpes en la cabeza, después
coloque la madera apoyada sobre la mesa pero sujetando uno de los extremos como
si fuesen los miembros de las víctimas y golpee de nuevo otras seis veces,
hasta hacer el total de nueve golpes que presentaban, les ruego me perdonen la
falta de sensibilidad hacia la señorita Carmen, las víctimas principales. Esta
forma de reproducir los golpes propinados es la que después de un análisis
exhaustivo hemos determinado como más aproximada a como se produjeron los
hechos. Adelante, pero le sugiero que cuando golpee sujetando uno de los
extremos lo envuelva con algo para no hacerse daño con las vibraciones-.
El hombre colocó la madera tal y como le había
indicado la inspectora, sopesó la barra de acero y ejecutó tres fuertes golpes
con la madera en el asiento de la silla. Después colocó uno de los bordes de la
madera sobre la mesa, y sujetando el otro extremo con su jersey envuelto a su
alrededor propinó los restantes, dejando sobre la vibrante mesa la barra y la madera
mientras miraba las visibles huellas de los golpes en la última.
-¿Está usted bien?-, preguntó Marta al hombre,
-perfectamente-, contestó el aludido,
-gracias por ayudar-, le dijo mientras le tendía su
mano sonriendo de nuevo. El hombre le devolvió el saludo sin acabar de entender
que es lo que había pretendido aquella mujer pequeña con todo ese teatro.
Cuando estrecharon sus manos, Marta, en vez de saludar con un movimiento de
arriba hacia abajo, giró con rapidez hacia la izquierda y hacia la derecha la
mano del hombre, que gritó de dolor mientras la retiraba rápidamente del saludo
de aquella loca.
Los murmullos pasaron a ser voces de sorpresa y
enfado entre los presentes exigiendo explicaciones a la mujer mientras el
agente sujetaba su muñeca dañada entre asombrado y muy dolorido. Cuando Arteaga
logró hacerse de nuevo con la situación, miró furioso a Navarro,
-¿se puede saber a qué cojones están ustedes
jugando?-,
Levantándose teatralmente y con una lentitud
exasperante Navarro le contestó,
-jugamos a decirles quién es posiblemente el asesino
y donde encontrarlo-.
Arteaga, aún sin poder reaccionar, no pudo por menos
que fijarse por primera vez desde que comenzara la reunión en la aparatosa
escayola que lucía el inspector Jiménez en su antebrazo derecho.
-…y entonces la muy cabrona le destroza la muñeca al
chaval mientras no dejaba de sonreírle como una colegiala…, increíble. La
explicación es bastante sencilla una vez que compruebas los resultados. En
esencia dar un golpe con este tipo de arma sin contrapeso como una espada o algo
similar, significa que la resistencia del objeto, o de los huesos de la víctima
en este caso al ser golpeados repercuten directamente en la muñeca del agresor,
que es el punto más débil del brazo, así que o se tiene preparación previa como
la que tendría alguien que practica muy a menudo tenis o un deporte parecido, o
el riesgo de lesión es muy alto-.
Ambos hombres sonreían divertidos por la escena
envueltos en una espesa cortina de humo. Sobre la lujosa mesa de despacho un
cenicero repleto y varios botellines de cerveza vacíos eran testigos de la
reunión. Arteaga, liberado de la imagen que debía dar a los demás se levantó
dirigiéndose al frigorífico,
-¿otra Director?-, preguntó,
-si gracias. La verdad es que la grabación de la
reunión pasaría a los top ten de los anales de “la casa” si no tuviéramos que
meterla en una caja bajo siete llaves. Te felicito por tu decisión de mantener
a los policías en el caso; su conclusión de que hemos de buscar en un club
deportivo de lujo, puesto que los cosméticos que usa lo son, a un hombre muy
habituado a jugar al tenis o algún deporte similar, y que reúna las
características de las pruebas forenses es todo un ejemplo de lógica
aplastante. Déjales que sigan jugando su juego, y si al final todo esto es obra
de un psicópata, Dios lo quiera, que sean ellos quienes se lleven el mérito;
ese no es nuestro pez, y prefiero que trabajemos a la sombra mientras nos sea
posible e incluso si no lo es-.
El Director de Seguridad Nacional hizo una pausa
mientras echaba un trago a su cerveza,
-en otro orden de cosas, nuestra gente informa que
los grupos de poder de la extrema derecha están tan sorprendidos como nosotros
con los asesinatos, y andan rebuscando en sus filas a quienes se hayan salido
del plan establecido. Llevan años trabajando con sumo cuidado para abarcar
cuotas de poder en la vida pública y en los medios, y no les hace ni puta
gracia precipitar las cosas. No obstante, hay entre ellos quienes abogan porque
esto era lo predecible, que algún exaltado decidiera dar el paso hacia los
hechos consumados bien por convicción propia o por situarse a la cabeza de las
diferentes familias políticas; y esto Arteaga, nos coloca en una situación muy
comprometida. La balanza está ahora en el centro, o bien se retraen y siguen su
guerra soterrada por las cuotas de poder en el sistema, o por el contrario se
suben al carro de la violencia y no se cual será el resultado, aunque seguro que
de elegir esta vía estará regada en sangre-.
-¿Y no puede ser que los asesinatos sean el paso
siguiente en una estrategia preestablecida?-, insistió Arteaga convencido de
que era la explicación más lógica a los asesinatos,
-en principio los informes corroboran lo que te
decía, están sorprendidos intentando sacar provecho de la situación, pero no
estaba previsto este derrotero-,
-entonces no nos queda otra que resolver esto cuanto
antes-
-así es Arteaga. O encontramos un culpable pronto
que deje fuera de juego a posibles ideólogos de todo esto y satisfechos al
resto de los habitantes de este país, o corremos el riesgo de que la situación
se nos escape de las manos. ¿Cuentas con los recursos necesarios para esto?-,
Con una sonrisa que era un poema Arteaga contestó a
su superior,
-nunca tenemos los recursos suficientes Director, y
por supuesto no podemos proteger a todo famoso progre de este país, si es que
el deseo del asesino es cargarse a ese tipo de personas, pero como siempre
haremos nuestro trabajo, de una u otra forma lo haremos-,
-bien, no esperaba menos. Otra cosa, pásame un
informe completo de la inspectora Iglesias, cuando esto acabe puede que me la
quede, los otros dos tienen toda la pinta de ser lo que parecen, pero esa chica
tiene algo especial que nos podría ser útil en el futuro-.
Esa noche Marta, vestida con camiseta interior de
hombre, bragas blancas de algodón y calcetines a rallas estaba tumbada en su
sofá; la pierna derecha sobre el respaldo, mientras que la pantorrilla de la
izquierda se balanceaba inconscientemente en el borde contrario. El gato de
raza indefinida, enorme y feo como un demonio, la miraba fijamente acomodado en
el vértice de ambas piernas de la mujer, con la cabeza sobre el pubis de Marta
mientras esta le rascaba la cabeza. Impúdica postura, cosa de la que ninguno de
los dos era consciente.
-Razonamiento lógico. Empezar por el principio.
Respuestas sensatas-, le dijo Marta al gato, -vale. Teóricamente todo crimen
tiene un móvil, un porqué. Normalmente si alguien comete un delito es para
obtener algo, luego si descubrimos que obtiene el delincuente tras el crimen
tendremos una baza muy importante para detenerle. Si quiero dinero robo, si
quiero placer sexual violo, si quiero poder elimino a mis competidores; pero ¿qué
coño quiere este tío?. Veamos, probemos al revés. ¿Qué ha obtenido hasta ahora
que sepamos?, dinero parece ser que tiene a juzgar por sus caprichos capilares,
de sexualidad ni hablamos aunque hay gente muy rara…, Martita no digas
chorradas, ¿poder, poder de qué?-,
Empujando suavemente al gato, que maulló con enojo,
Marta se sentó erguida en el sofá con los codos sobre sus piernas y las manos
sujetando la cabeza mientras miraba a ningún sitio buscando inspiración. Así
como en su vida social Marta no daba importancia a su aspecto, pudiendo pensar
aquel que por primera vez la viera que era descuidada, su casa en cambio era un
ejemplo de orden prusiano. Para ella eso era lo normal, su casa era “su casa”,
algo así como ella misma vuelta del revés o una imagen material del interior de
su cerebro. Cada una de sus cosas,
libros, revistas, la mesilla de noche o su cama, llevaban su impronta, su
sello, su olor y su ser. Era feliz entre esas cuatro paredes porque esas
paredes eran ella, así que cuando algo la intranquilizaba, y este caso lo había
logrado como ninguno de los anteriores, meditaba en la seguridad cálida y
reconfortante de su hogar buscando la inspiración o ese cabo suelto escurridizo
a que aferrarse. A veces le funcionaba o a veces no, pero lo cierto es que la
introspección en ese ambiente le resultaba gratificante y placentera y solo por
eso, resultados aparte, valía la pena.
Con un suspiro apoyó la espalda en el sofá,
intentado responder a la pregunta sobre cuál era el objetivo del asesino. Si
con el asesinato del obispo pretendía quitar de en medio a un miembro molesto
para la jerarquía eclesiástica el resultado había sido un fiasco, puesto que
las bases de la iglesia culpaban con mayor o menor disimulo a la curia de su
muerte o cuanto menos del ostracismo del que Jesús García había sido objeto en
vida por sus ideas, el muerto era ahora para la masa el bueno, sus jefes los
malvados.
En el segundo asesinato pasaba tres cuartos de lo
mismo, si la derecha más recalcitrante estaba detrás del asesinato del diputado
y su novia por sus ideas centristas, ese mismo centrismo gritaba a pleno pulmón
reclamando más espacio político del que tenía antes de ambas muertes,
enarbolando la bandera y la figura del diputado como si de un mártir se
tratara.
Por tanto, solo quedaba la posibilidad del loco
homicida, aunque a Marta le parecía que entraba en claras contradicciones. Por
un lado el tío había sido lo suficientemente listo y paciente como para
preparar y ejecutar los asesinatos de forma inmaculada. Necesariamente tenía
que conocer los movimientos de sus víctimas para cometer los asesinatos, lo
cual es un trabajo de campo exhaustivo y peligroso, sus vías de escape no
dejaron la más mínima evidencia, los asesinatos fueron limpios y rápidos, y sin
embargo…
Las conclusiones a las que los investigadores habían
llegado eran lógicas y razonables, luego previsibles para el asesino si es que
era tan inteligente para preverlas como para ejecutar sus acciones. Tan lógicas
y previsibles como la reacción del país ante las muertes y sobre quienes iban a
recaer las condenas y la ira.
-Así que o bien al asesino le importaban un pijo las
consecuencias de lo que hacía y está como una puta cabra-, pensó en voz alta
Marta,
-o bien somos gilipollas, vamos sobrados de listos y
el muy hijo de puta nos está llevando por donde le da la gana. Poder, el tío
quiere el poder, pero sobre qué y para qué. Veamos, definición de poder. Según
Weber, el sociólogo, poder es la capacidad de decir a los demás lo que es real.
Hum, buena frase pero se queda corta, es mejor el poder es cambiar la realidad de
todos a tu interés o a tu servicio. Mierda…, no llego a ningún sitio-.
Durante el tiempo intenso de ese último ramalazo de
pensamiento, Marta se había vuelto a erguir en el sofá. Cuando se le escurrió
del cerebro volvió a dejarse caer de nuevo con la mente en blanco. En ese Estado,
se dio cuenta que sobre sus bragas, justo donde el gato había estado apoyado,
varios pelos del bicho le estaban empezando a molestar. Eran seis, grises,
duros y cortos. Uno a uno los retiró dejándolos en un cenicero que había sobre
la mesa baja de la sala frente al sofá. Luego, metódica y a la vez distraída,
revisó que no quedara ninguno más en su entrepierna, se bajó ligeramente las
bragas hasta dejar al descubierto la parte alta del pubis y guiándose por un
ligero pero persistente picor se rascó con energía.
Entro en la fase donde todo se complica. El tiempo
apremia y así como todo el sórdido trabajo de un año y pico va tomando cuerpo,
apenas dispongo de dos o tres semanas para estudiar a Carmen Torres. He leído
todo lo que se ha publicado sobre ella en el tiempo transcurrido desde que la
elegí hasta hoy. No es perfecta para su papel, nadie lo es, pero es una buena
baza, su peso específico a nivel social es el adecuado.
Cuarenta años, periodista famosa habitual en prensa
y televisión con los premios profesionales propios de su estatus, comenzó a ser
conocida como corresponsal de guerra, catástrofes y desastres variados, se
podría decir que tuvo una época en su vida en la que allá donde un cadáver
podía ser carne de telediario, la cara agraciada de Carmen Torres le
acompañaba, aunque lo cierto es que la frase habría que leerla al revés. Más
tarde pasó a ser presentadora de informativos, escritora de cierto éxito,
tertuliana de rotundas afirmaciones sobre temas de los que no era ni mucho
menos experta, en fin, lo de siempre y lo de todos. Sobre el cómo y de qué
manera había escalado hasta el cenit de la profesión corrían varias leyendas
urbanas que a mí personalmente me dan igual, cada uno es dueño de su mente y de
su cuerpo. Lo llamativo de esta mujer en particular fue su particular conversión
a la ética, plasmada en un libro editado hace dos años, “La verdad desde
dentro”, donde hacía una autocrítica feroz de su vida como periodista, incluso
creo que destructiva, y donde como no podía ser de otra manera, después de
flagelar su ego machacaba los ajenos. Hablaba de los intereses oscuros de los
grupos de comunicación y de la política, de las corrientes de opinión
manipuladas, de la pérdida de valores sociales auspiciada por los poderosos y
de toda esa parafernalia sobre derechos y deberes de quienes se llamaban a si
mismo ciudadanos pero no ejercían de tales, y otras cosas aburridas. Todo un
éxito editorial que lejos de arruinar su carrera la elevó todavía un poco más,
y que la ha colocado donde yo la necesito.
Sinceramente, me fascina su verbo, es magistral como
utiliza el lenguaje verbal y como lo acompaña su cuerpo. Manos, labios, cejas y
rictus se unen a las palabras en hipnótica armonía frente a la cámara. Su
actuación en su programa informativo sobre la noticia del asesinato de Palacios
y de su novia, Carmen Yuste, le proporcionarán sin duda un nuevo premio que
acomodar en su vitrina, y sus artículos en la prensa escrita fueron de lo más
leído en los días posteriores a los crímenes. Perfecto, espero que viva para
disfrutarlos.
…Y aquí la tengo ahora, hermosa, sola y satisfecha
de sí misma saliendo a las tantas del edificio de Canal 15 televisión. Pese al
sobreentendido cansancio aún tiene suficiencia como pasa sonreír al guarda de
seguridad que custodia la entrada a su edificio. Arranca su coche y sigue por
la misma ruta de siempre hacia su apartamento mientras la sigo. Llegaremos en
apenas media hora por una ciudad que se prepara para irse a dormir, y donde el
bullicio del día contrasta con las luces suaves de la noche. Abrirá su puerta,
se pondrá cómoda y tomará su vaso de leche con otra de esas píldoras que le
permiten olvidarse de todo y dormir sin sueños. Hoy no tendré que rebuscar disfrazado
de pordiosero en su delatadora basura quien es Carmen, sé lo que necesito para
hacer mi trabajo. Sé que durante la semana repetirá el mismo ritual, sé que no
hay marido, novio o hijos que compartan su vida ni que la estorben en su
trabajo; y sé dónde se esconde del mundo los fines de semana. Dejo por ahora a Carmen
descansar, tengo trabajo que hacer y debo prepararme.
La figura oscura golpea una y otra vez al gato
mientras este aúlla de dolor. La barra repite rítmicamente los movimientos en
una danza macabra y sucia que no acaba nunca. El monstruo gira la cabeza y la
mira mientras no deja de golpear; es una sombra con una sonrisa blanca y
perfecta salvo por ese rictus loco, fanático y demoníaco que no para de
susurrarle mientras ella está petrificada por el miedo, “ven, hazlo tu. Te
gustará”, le repite una y otra vez mientras el gato va callándose, convertido en
una masa muerta e informe de piel y huesos rotos. En el silencio posterior,
unos labios apenas visibles cierran la sonrisa, y todo el protagonismo de ese
rostro invisible lo toman unos ojos que apenas son rendijas de un odio tan
profundo que queman todo lo que miran, y ahora la miran a ella.
Marta pasó del martirio de la pesadilla a la
incomprensible vigilia despertando de golpe, gritando con los ojos abiertos de
par en par. Estaba aterrorizada, cubierta de sudor que manaba desde todos y
cada uno de sus poros. Tardó varios segundos en comprender donde estaba y lo
que había pasado; la pesadilla había sido tan real que su primera e instintiva
reacción fue encender la luz de la mesilla de noche y coger un pesado portarretratos
como arma defensiva. Buscó al gato, que la miraba asombrado desde los pies de
la cama y lo acurrucó contra ella. Respiró profundamente tres o cuatro veces y
sin tenerlas todavía todas consigo se levantó encendiendo cuantas luces
encontró a su paso, con el portarretratos enarbolado en una mano alzada y el
gato estrujado contra su pecho, maullando sin entender nada.
Quince minutos después Marta, mucho más tranquila,
daba vueltas con la cuchara a una taza de té humeante sentada en la cocina
mientras fumaba. No era fumadora habitual pero de vez en cuando le gustaba dar
unas caladas de María “para darse un margencito”, según requería la
justificación pertinente, y esa noche ese margen comprendía el tiempo necesario
para relajarse y quitarse el miedo de encima.
-Joder que cague-, pensaba, -real, ha sido tan real.
Todo esto me está trastornando y no me gusta nada de nada. Vale, tomemos la
sartén por el mango-, pensó mientras daba una calada que la hizo toser y apagar
el porro inmediatamente, -algo falla, el caso no puede ser tan tonto como
comparar el ADN de cuatro pijos a los que les gusta el tenis con los pelos de
los asesinatos y sentarse a que la lucecita de la máquina marque el verde. ¿Qué
hay al fondo de todo este asunto, qué se nos escapa?..., A tomar por culo-,
concluyó tras diez segundos de vacío, cansada y harta de su falta de chispa.
Terminó su té entre escalofríos, el sudor de la
pesadilla, ahora que se había calmado, empezaba a hacerse notar frío y pegajoso
contra su piel. Echó una mirada al reloj de la cocina mientras se levantaba. En
el camino hacia la ducha fue dejando su ropa interior. Abrió el grifo y cuando
la temperatura le pareció correcta se sumergió bajo el agua mientras pensaba,
quejumbrosa, que solo le quedaban un par de horas para reunirse con Navarro y
Jiménez, y luego con el resto del grupo en el edificio de la Seguridad Nacional
del Estado. Ojalá que a alguno de esos supuestos cerebritos se le hubiese
ocurrido alguna genialidad que los sacase del atasco, a ella ahora lo único que
le apetecía eran unas vacaciones lejos, donde nadie la conociera y poder tostar
su blanco culo al sol.
La camarera del bar próximo al edificio de la
Seguridad Nacional, como cualquier otro profesional del gremio digno del
título, había bautizado a aquellos tres como “la buena, el feo y el malo”,
ufana en su saber psicológico. Ese día decidió cambiar de nombre a “la buena”,
por “la ojeras”.
La pobre chica nunca le había parecido especialmente
agraciada, más bien al contrario, era un verdadero desastre. Y lo cierto es que
si se cuidara un poco parecería otra cosa, pero esa mañana no pudo evitar una
sonrisa de apoyo femenino mientras le servía su cortado y su croissant, su
carita redonda era un poema encuadrado en una anárquica mata de pelo donde
algún desalmado había escrito la palabra cansancio. La sonrisa se transmutó en
mirada acusadora hacia sus dos acompañantes, a los que sin saber muy bien
porqué, detestaba desde el primer momento en que los vio. Eran polis, eso lo
sabía ella y cualquiera que no tuviese una sordera profunda o fuese ciego. “El
malo” no se caracterizaba especialmente ni por sus formas ni por su volumen de
voz, y “el feo” lo llevaba escrito en la cara y en el bulto que su arma formaba
entre la chaqueta y su cuerpo flacucho.
-Que si Marta, pesada-, le decía “el feo” a la
chica, -que estás mosqueada y que te huele a gato encerrado, y que todo es
demasiado claro y que si nos la están colando. Pero joder tía, tú misma has
defendido siempre que blanco y en botella suele ser leche, ¡pero si te
empeñaste en la prueba de la barra a cuarenta metros de aquí mismo!-, le dijo rencoroso
elevando a la vez el tono y su brazo derecho escayolado.
-A ver-, empezó a decir “el malo” a la chica en un
falso tono paternal, mientras la camarera acercaba su oreja más curiosa al
trío, -sabes que te quiero como si fueras mi hija, pero escucha a Jiménez. Todo
apunta hacia un punto concreto, y tú tienes mucho que ver con que sea así. Vale
que siempre has sido una auténtica tiquismiquis tocapelotas, pero eso es parte
de tu encanto. Sin embargo Marta, ¡ya me estás tocando los huevos con tanta jilipollez!,
quiero que te centres en lo que tenemos y quiero que lo hagas ya. Tu problema
es que estás haciendo del puto asesino un auténtico crack listo como el diablo,
y tu y yo sabemos que todos, todos la terminan cagando, especialmente los que
se creen muy listos. Tu error es pensar que ese cabrón no comete errores,
piénsalo. Dale la vuelta a la tortilla y busca ese error, así lo trincaremos y
yo seré un comisario feliz, Jiménez será un inspector guapetón y a ti te lloverán
los novios-.
Dicho lo cual se volvió hacia la camarera,
-y usted señora, o deja de cotillear o le meto un
puro que se va a cagar, ¿es que no tiene otra cosa que hacer que husmear en las
conversaciones de los pobres clientes?, ande y cómprese un perro-.
La camarera, airada, le lanzó una mirada de
desprecio mientras se alejaba del trío, pensando que el de la chica no iba a
ser el único mote que cambiara ese día. A partir de ese momento “el malo”
pasaría a ser conocido entre el elenco de los clientes del bar como “el
grandísimo hijo de puta ese”.
Navarro estaba empezando a perder la concentración
sobre lo que se estaba discutiendo en la reunión. Llevaban una hora dando
vueltas al modo de hacerse con una prueba fisiológica que cotejar con el ADN de
los pelos encontrados en las escenas de los crímenes, pero la cosa no era ni
mucho menos sencilla.
En la ciudad existían diez centros deportivos de
clase alta, con una media de trescientos abonados de los cuales aproximadamente
la mitad jugaban asiduamente al tenis o deportes similares. Eso hacía un total
de mil quinientos posibles sospechosos. Descontando quienes no cumplían
requisitos de edad, altura o compresión física, la cosa se quedaba en unos
seiscientos y pico. El problema es que si para lograr solo esos datos el equipo
las había pasado moradas, pues los clubs deportivos de ese nivel social eran
absolutamente reacios a dar las listas de sus clientes por razones evidentes,
ir más allá era imposible. Ningún juez en su sano juicio hubiese permitido una
investigación que llevase aparejada una prueba de ADN de esas personas, por la
sencilla razón de que esos clientes eran la flor y nata de país. Imaginar a
banqueros, políticos, estrellas, empresarios e incluso otros magistrados o ese
mismo juez dando su saliva a la Seguridad del Estado o a la policía era peor
que pedirles dinero, y menos para algo al fin y al cabo apoyado solo en
conjeturas por muy racionales que estas fueran. Sencillamente era imposible de proponer,
y aún más de ejecutar aunque se les hubiese jurado por lo más sagrado y por
escrito que esas pruebas de saliva iban a ser destruidas una vez fueran
cotejadas. Ninguna de las personas que formaban la cúpula del país dudaría ante
semejante propuesta, que todo servicio secreto que se preciase las hubiera
guardado como oro en paño, y por supuesto hubieran acertado.
Necesitaban algo más. Concretar la lista de
sospechosos de un número tan estúpidamente alto a otro racional, en donde la
disposición del juez de turno a firmar una orden no estuviese ligada a su miedo
a hacer el ridículo o perder su cargo, y en esa discusión sin salida por parte
del grupo de trabajo era donde a Navarro el aburrimiento empezaba a hacer
mella.
Miró a Jiménez, que parecía tan aburrido como él; y
en cuanto a Marta juraría que ronroneaba suavemente, dormida con los ojos
abiertos. Necesitaban que el asesino volviera a actuar, pensó el inspector sin
el menor asomo de vergüenza ante la idea de otro asesinato, y que esta vez
cometiera algún error que lo delatase. O eso o encontrar un resquicio por el
que disminuir el número de sospechosos.
Que decir despues de leer las primeras 50 paginas??? Que es Muy bueno, diria que adictivo, te engancha desde la primera pagina!!!!! Juan Sigue publicando el resto queremo saber como sigue!!! Si sigue con esta tension narrativa es el BestSeller del 2012!!!
ResponderEliminarMuy Bueno!!!
Un Saludo. Dario
MUY BUENA JUAN!! esos editores no sabían lo que se hacían... es adictiva!!
ResponderEliminar:)
Adictiva cuando en las librerias???
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