Los siete desayunaban sentados en la ridícula mesa
del bar, guardando cada uno la misma posición del día anterior, obedeciendo a
un protocolo no escrito pero si asumido. La conversación fluctuaba desde los
descubrimientos de los forenses sobre las marcas de una pistola eléctrica en el
cuerpo de Barros, y el auténtico puzle de pruebas fisiológicas del claro donde
encontraron el cadáver, a la repercusión que los asesinatos, y el último en
especial, estaba teniendo en el país. Prácticamente no había periódico,
programa de televisión, tertulia radiofónica o simple conversación entre
personas donde desde todos y cada uno de los ángulos posibles se hablara sobre
ello. Poco a poco los ojos de sus seis acompañantes, ya desayunados, se iban
posando sobre Marta, que una vez más era la última en terminar.
Navarro, que se estaba impacientando, le quitó
literalmente el último trozo de croissant de la boca mientras le decía,
-Joder hija, aburres hasta al desayuno. Traga y
cuéntanos que chorrada has parido, porque algo se te habrá ocurrido, ¿o no?-, y
se comió el trozo que le había quitado.
A Arteaga no se le escapó el brillo asesino de los
ojos de Ana dirigido a Navarro.
La interpelada tragó con la ayuda de los restos de
su café con leche,
-pues sí, algo se me ha ocurrido. Pero procurad
estar atentos y si tenéis algo que preguntar esperar a que acabe para que no se
me vaya el hilo, ¿vale?-, dijo mientras sonreía a Ana y se rascaba una teta,
hecho del que Navarro tomó buena nota.
-Bien, vamos allá. Yo estudié historia antes de
ingresar en la poli; y la historia nos enseña, entre otras cosas, los aciertos
y los errores de los pueblos, su acontecer a lo largo del tiempo o en un
determinado momento, normalmente descritos en sentido positivo o negativo en
función de quien los describiese. En definitiva y siendo muy simplista, la
historia relata e interpreta los hechos. ¿Hasta aquí todos me seguís?. Navarro,
no me hagas chistes que te vio venir, calla. Bien, detrás de esos hechos hay consecuencias,
pensad en el ejemplo que os dé la gana y enseguida os daréis cuenta. Para quien
el cerebro no le dé para tanto, Colón descubre América, la consecuencia es la
colonización tal y como su propio nombre indica. ¿Vale?, sigo. Para llegar al
hecho y a la consecuencia necesariamente han de darse un o una serie de
condicionantes previos. Nuevo ejemplo, la revolución francesa acaba con la
monarquía absolutista, hecho, y nace un nuevo sistema, la república,
consecuencia. ¿Cuáles son los condicionantes?, la tiranía del rey, la
corrupción de sus instituciones, la hambruna, la miseria, la sumisión. Si
ponemos todo eso junto, y sabemos cómo hacerlo explotar, explotará porque no
existe otra alternativa; quedaros con lo de alternativa, es importante. Muy
bien, sigo. Ahora imaginad a nuestro asesino, su objetivo es que la masa
explote contra un sistema en el que él no cree, y muy inteligentemente lo hace
matando dos pájaros de un tiro. Por un lado consigue con los asesinatos que la
masa se enfurezca contra el sistema. Y por otro, ¿Qué es lo primero que hace un
león cuando asciende a macho alfa de la manada?, matar a los cachorros
engendrados por su antecesor para eliminar posibles futuros rivales. Así que
nuestro hijo de puta particular se carga en primer lugar no a quienes son sus
contrarios políticos, sino a quienes pueden ser sus críticos más cercanos o
peligrosos por su peso social; a quien puede criticarle en un futuro desde la
religión, después a quien puede hacer lo propio desde digamos su línea
ideológica más cercana, más tarde a quien seguro lo iba a hacer desde los
medios, y si con eso no es suficiente para hacer explotar al pueblo, atentará
contra quien piense que es necesario, y además le beneficie. Si necesitáis un
ejemplo más claro recordar la ascensión del partido nazi al poder en Alemania.
Este tío está repitiendo paso por paso todo el proceso, con algunas diferencias
sustanciales, pero con el mismo modelo.”
Marta paró unos segundos. Robó un cigarrillo del
paquete de Jiménez, lo encendió y le dio una gran bocanada. Le echó el humo a
Ana, miró el televisor del bar y después se dirigió en concreto a Navarro,
-jefe, eres un monstruo, y no solo por tu aspecto
físico-, dijo mientras este le daba las gracias.
Dirigiéndose de nuevo al resto del grupo se explicó,
-Navarro es de los que opina que los que se creen
muy listos suelen cometer el error de pensar que los demás son tontos-, el
aludido la miró intentando recordar cuando había dicho eso,
-el error del asesino ha sido olvidar que para que
su plan saliese bien, la masa solo debería tener una dirección hacia la que
explotar sin alternativa posible, y por lo visto hay dos. Mirad la tele-.
Las cabezas se giraron al unísono, las imágenes correspondían
a un grupo de exaltados que protestaban por los asesinatos arrojando piedras y
gritando frente un edificio, era la sede del mayor grupo mediático conservador
del país.
-Si la historia nos enseña algo es que no hay
fanático ni estúpido que aprenda de sus errores, todos huyen hacia adelante. Si
encontramos a alguien que represente para el pueblo más de lo que representaban
los asesinados, sabremos quién es la próxima víctima y tendremos al asesino-,
sentenció Marta.
El nombre saltó en ocho cerebros a la vez, siete
estaban sentados alrededor de la mesa, el octavo pertenecía a una camarera que
respondía al nombre de Bea, de curiosidad notable y de agudo oído, “la madre
que me parió”, pensó. Se dirigió a la barra del bar, se sirvió una generosa
copa de ginebra y se la bebió de un trago,
-el puto cabrón se quiere cargar al Presidente de la
República-, dijo en voz alta.
En el país donde el dicho “que cada perro se lama su
pijo” era un mandamiento divino, pocas cosas y aun menos personas unían a sus
ciudadanos. Un hombre de setenta y cinco años que respondía al llamativo nombre
de Marco Augusto Florián era una de esas personas. Presidente de la República
desde hacía la friolera de quince años, encarnaba para su pueblo como nadie lo
que el resto de sus conciudadanos se empeñaba en denostar como nexo entre
ellos. La historia trágica del país era su historia, así como el humor negro
con que la encaraba. La picaresca y la burla de los clásicos era la misma que
brillaba en él, la anarquía que todo nacido dentro de las fronteras del país
llevaba soldada a los genes, y que tantos gobiernos habían luchado por
erradicar, era su sello frente a la rigidez burocrática de los partidos
políticos. Sus enemigos insistían que en que era un demagogo, en que hacía un
discurso de obviedades, olvidando que la política es el arte de hacer de lo
obvio un problema, y se mordían las pelotas cada vez que las elecciones para Presidente
daban la victoria a aquel viejo que se negó en redondo a abandonar su piso para
vivir en el palacio presidencial, por un margen al que ellos ni de lejos se
aproximaban. Desde luego, si alguien quería revolucionar el país en serio,
asesinar al Presidente Florián era la más segura apuesta.
Arteaga echaba humo, se le oía pensar. Pidió a Marta
un informe de sus hipótesis y esta le entregó, con una sonrisa, un pendrive. Se
volvió hacia Navarro y le preguntó como llevaba lo que comentaron ayer y qué
necesitaba, el inspector jefe respondió con una seriedad que no admitía réplica
que
-diez mil Euros, a Jiménez, tres días y ninguna
pregunta-.
-De acuerdo-, fue la escueta respuesta.
Después ordenó a los gemelos que apoyaran al equipo
forense con las pruebas, quería que revisaran de nuevo todo lo que tenían de
todos los asesinatos.
-¿y nosotras que hacemos-, preguntó Marta,
-Tú, pensar. Y tú-, dijo dirigiéndose a Ana, -eres
su niñera. Si se cae por unas escaleras, si coge un resfriado o se le rompe una
uña te crucifijo, ¿está claro?-, dijo con la mayor firmeza que podía, seguro
que Ana iba a protestar por el encargo, lo cierto es que esta no dijo nada.
Diez segundos después en el bar quedaban la
camarera, los dos paisanos de siempre y las dos mujeres,
-¿nos vamos de compras-, preguntó Marta en un tono
neutro,
-vale-, respondió Ana en el mismo tono.
Ocho horas después de que finalizase la reunión en
el bar, Ana estaba sentada todo lo cómoda que podía en el sofá de la sala de
Marta, con el gato tumbado a su lado. Se había quitado los zapatos, soltado el
botón superior de su pantalón, tirado la chaqueta en una esquina y sus armas
descansaban en la mesa baja. Estaba tan agotada como tras una sesión de
entrenamiento. Había tenido que empujar, gritar y amenazar tantas veces a su
“protegida” que el esfuerzo le estaba pasando factura, pero aun tuvo energía
para rememorar el espectáculo de la peluquería, donde solo su preparación para
el rescate de rehenes de terroristas suicidas le había impedido darle dos
hostias bien dadas.
Marta salió de su habitación y se plantó frente a
Ana, llevaba puesto un vestidillo de tirantes blanco con vuelo que le llegaba
hasta las rodillas, y que Ana se había empeñado en que se comprase, nada del
otro mundo. La media melena castaña tenía ondulaciones suaves y enmarcaba una
cara redonda y sonriente,
-¿Qué te parece?-, preguntó dando una vuelta completa,
-bien, ahora estas bien. ¿Ves como no era tan
difícil?, de verdad Marta, a veces eres como una cría y…-, Ana se interrumpió
cuando un dedo de Marta se posó en su boca haciéndola callar. Marta se acercó y
la besó en los labios con una ternura que dejó a Ana sin palabras, le cogió las
manos y dijo,
-gracias-,
-de nada-, acertó a decir Ana.
Después Marta le sonrió y se fue a la habitación a
cambiar el vestido por una camiseta.
-de verdad Ana, no sabes lo que significa para mi
tener una amiga como tú…-, se interrumpió un momento y continuó,
-…salvo por el detalle de que hueles a sobaco que
matas, ¿porqué no te das una ducha y te pones cómoda mientras hago la cena?. Por
cierto, cocino que te cagas-,
Y desapareció por el pasillo camino de la cocina
mientras decía algo de los canelones de su madre.
-¿Amiga?-, preguntó Ana al gato que le hizo caso
omiso. Después se olió una axila, se levantó con la mente en blanco, caminó
hasta el baño donde se quitó la ropa y se metió en la ducha, donde un gruñido
continuo y gutural dio fe de lo fría que estaba el agua.
-Soy gilipollas, yo soy una completa gilipollas-, le
decía Marta al gato que la observaba mientras la joven trasteaba en la cocina,
-siempre me han salido mal las cosas con las
personas que me gustaban, siempre. Y ahora voy y me enamoro hasta las trancas de
la puta perfección. ¡Joder!, y encima voy y le planto un beso en todos los
morros, con dos cojones Martita, con dos cojones, y la tía va y se queda
mirándome como si mirara una vaca en el campo, debo parecerle imbécil. Me
despeloto esta mañana, le hago caídas de ojos que ya me duelen y todo, si ya
solo me queda por hacer una pancarta. ¡Que se joda!-,
y abrió a tope el grifo de agua caliente de la
cocina mientras se quedaba oyendo, esperando un grito y una bronca,
-¿ves, que te decía?, aquí la señora de hielo ni
siente ni padece, cuando nació confundieron la incubadora con el frigorífico-,
paró en su discurso al gato y cerró lentamente el grifo que humeaba,
-hasta las trancas como una imbécil-, concluyó y
siguió preparando los canelones.
-Una imbécil, como amiga dice, y yo como una
imbécil-, repetía Ana en algo parecido a los rezos del rosario mientras se
secaba. Después fue a la habitación y rebuscó entre la ropa que habían
comprado, de bragas y calcetines andaban más o menos por la misma talla, pero
ni intentó meter sus pechos en un sujetador varias tallas menor; en su lugar se
puso una de las camisetas blancas de hombre de Marta que le quedaba como el
culo, marcando tetas a lo bestia y dejando la tripa al aire. Tras un enorme y
pueril suspiro fue hasta la cocina, donde encontró a Marta de espaldas,
envuelta en un delantal que le dejaba el trasero perfectamente encuadrado y
visible. La goma de uno de los laterales de la braga se le había metido entre
los glúteos, y a Ana le salió del alma acercarse, meter un dedo entre la tela y
la piel y poner la prenda en su correcta posición. Marta pegó un bote y se
volvió mirando a Ana con una expresión extraña en la cara,
-tenías la braga metida en el culo. No quería asustarte-,
acertó a decir Ana titubeante,
-no te preocupes, no me has asustado, es que me has
pillado desprevenida-, dijo Marta mientras no dejaba de mirarla de arriba
abajo,
“es que es perfecta, joder”, pensó sin poder apartar
los ojos de Ana, que se dio cuenta de la forma en que la miraba, pero no del
significado. Marta agradeció en silencio a su madre todo lo que le enseño,
sobre todo que para cocinar hay que llevar siempre puesto un delantal,
-¿Lambrusco para los canelones?-, preguntó mientras
juntaba las rodillas,
-Si gracias-.
Si el gato hubiese sabido hablar las habría llamado
imbéciles.
Mientras cenaban la conversación se centró en el
caso, y en las dudas de Marta sobre sus capacidades. En realidad Ana iba poco a
poco entendiendo los miedos de Marta, sobre la responsabilidad que le habían
colgado en todo aquello,
-ya sé que la teoría es buena, o muy buena, como
quieras-, decía Marta entre bocado y trago a Ana, -y sí, estoy satisfecha y soy
muy lista y blablablá, gracias. Llámame paranoica, pero desde que empezamos en
la comisaría a investigar el primer asesinato no sé, tengo un mal pálpito, un
comecome que no me quito de encima. Navarro y tú me habéis dicho lo mismo, que
no me líe; hasta Jiménez me echó la bronca el pobre después de que le hice probar
lo de la barra y se fastidió la muñeca. Ana, soy rara y maníaca y un desastre
como tú dices, pero también sé que el asesino es más inteligente que yo, y no
se…,-
-Marta-, le interrumpió Ana, -el problema ahora no
es el asesino, sino tu miedo al fracaso porque has asumido la responsabilidad
de atraparlo. Y eso, de alguna manera, te produce vértigo. Inconscientemente
crees que esa responsabilidad es solo tuya, y no es así, eso es lo que tienes
que entender. Tú das ideas y ese es el papel que Arteaga te ha dado, pues esa
es la función de Arteaga, liderar. Si hay que romperle la cara a alguien para
llegar al fondo del asunto, sabes que Navarro y su escudero no se lo pensarán
dos veces, ese es su trabajo. Si hay una prueba en el fondo de un barril lleno
de mierda, esos que tú llamas los gemelos no dudarán en meter la cabeza dentro,
y te aseguro que todos y cada uno de nosotros tenemos miedo a fracasar en lo
que nos toca y que el asesino se nos ría en la cara y triunfe. Por eso
intentamos hacerlo todo lo mejor que podemos y sabemos, la única diferencia
entre nosotros y tu, es que eres la única que exterioriza sus debilidades en
cuanto al trabajo se refiere…, además de interiorizarlas; y eso yo no sé si es
bueno o malo, pues responde a ser ni más ni menos quien eres. Si al final
resulta que tú te equivocaste en el análisis, o Arteaga pierde el rumbo, o los
gemelos no dan con una prueba clave, o Navarro mete la pata, que dicho sea de
paso sería de lo más normal, no será porque no lo hayamos intentado hacer bien
con todas nuestras fuerzas. Tu problema es que crees que se te escapa algo,
cuando lo cierto es que tienes miedo a no controlarlo todo, ¿lo entiendes?-,
-si, pero no me consuela ni me alivia. ¿Y tú?, no me
has dicho cuál es tu papel-,
“Lo que me vuelve loca de esta mujer es su capacidad
de sorprenderme, ¿es posible que todavía no se haya dado cuenta de quién soy?”,
pensó Ana, y luego respondió mirándole a los ojos,
-imagina una moneda. Una de las caras es el asesino,
en mi trabajo la otra cara soy yo-.
Tras unos segundos intentando digerir que la persona
que le gustaba, acababa de confesarle que era algo así como una asesina por
cuenta del Estado, Marta preguntó,
-¿café?-.
-con leche y dos de azúcar-, le contestaron los ojos
verdes, donde por primera vez vio lo que para los demás debía de ser evidente.
Se levantó, dejó los cafés calentándose en el microondas y dijo,
-voy al baño-. Cerró la puerta y se apoyo contra
ella, en su vida había estado tan excitada, pero no distinguía si aquello era
de carácter sexual o era por la confesión de Ana, o por ambas cosas a la vez.
Se refrescó como pudo la cara y cuando consideró que estaba tranquila volvió a
salir, se sentó de nuevo e interpeló a Ana,
-vale, tú te encargas de los malos, lo entiendo, ¿te
vas a quedar a dormir?-,
-depende de lo cómodo que sea tu sofá, y no digas
“te encargas de los malos”, lo que hago en función de las órdenes que recibo es
sonsacar la verdad, o en su defecto eliminar enemigos, ¿puedes asumir eso, “amiga”?-,
y recalcó la palabra con sorna,
-lo intento Ana, lo intento con todas mis fuerzas
pero déjame que lo haga poco a poco, ¿vale?, llevo unas semanas de locura y
necesito un margencito. No seas timorata y duerme conmigo, la cama es mucho más
cómoda que el sofá, y prometo no meterte mano-, dijo con una sonrisa forzada. -Anda,
vete que recojo todo esto y voy en un rato, pareces una difunta-.
-De acuerdo jefa, pero te aviso que otra de mis habilidades
es cortar los tentáculos a los pulpos, así que cuidado con pasarte de tu lado-,
se levantó, sonrió a Marta y se fue. Marta recogió los restos de la cena, se
encendió un “margencito” bien cargado de María y por mucho que intentó pensar
descubrió que su mente no estaba por la labor.
Ana pensaba, mientras se lavaba los dientes con el
cepillo de Marta, que le esperaba una noche cuanto menos tensa y de ojos como
platos. Demasiados sentimientos que intentaba negar y una confesión le
contradijeron, cinco minutos después de acostarse en una cama que olía a Marta,
dormía en su sueño más relajado desde hacía mucho tiempo.
Entró en silencio y cerró la puerta para que no se
colara el gato, abrió un poquito la ventana y se metió despacio en la cama.
Roncaba, la jodida estaba roncando. Cuando sus ojos se acostumbraron a la
oscuridad se quedó mirando la espalda de Ana y pensó que ese era uno de los
momentos de su vida en que, pese a todo y contra todo pronóstico, más en paz
había estado, y nunca supo si tardó en dormirse un minuto o dos horas.
La despertó a medias el cambio de posición de Ana
que murmuraba agitada en sueños a su espalda, creyó entender la palabra “amiga”
mientras una de sus piernas se colaba sin contemplaciones entre las suyas y un
brazo la abrazaba. Marta recogió su mano y sin soltarla la metió bajo su
camiseta hasta que la acoplo contra su pecho. Un rato después Ana despertó con
plena conciencia del cuerpo de Marta pegado al suyo, y de su mano aferrada a
uno de sus pechos. No se movió. Si hubiese sido otra persona la reacción habría
sido totalmente diferente, Ana lo sabía de sobra. A lo más que llegó fue a
rozar con uno de sus dedos el pequeño pezón y a dejar en su cuello el beso más
sutil que había dado en su vida. El deseo sexual, en ese momento, le habría
parecido insultar el instante. Marta sonrió en la oscuridad mientras fingía
dormir.
Ochenta y uno sobre cien, no llego a los noventa. Me
estiro agotado mientras veo amanecer a través de la ventana. No he cometido
fallos en el estudio estadístico, lo sé, soy muy bueno en estas cosas y cuando
hablo conmigo mismo la vanidad suelo dejarla donde no me estorbe. Así que aun estoy
a un par de pasos del objetivo, era previsible pero debía controlar los
imponderables. Además, siendo sincero, estaba puerilmente esperanzado con la
idea de ahorrarme un acto en el que probablemente mataré a dos personas,
desgraciadamente para ellas la estadística se quedo en ochenta y uno.
He estado valorando pros y contras y he decidido
elevar el grado de cumplimiento del objetivo haciendo valer las fotografías. Lo
haré dos días antes de matar por última vez, al menos eso espero. Es peligroso
si la policía tiene los medios suficientes como para seguir las nuevas pistas
que esto les aportará, y puede que si son lo suficientemente hábiles y rápidos
me revienten todo el plan; pero a cambio obtengo la casi seguridad de éxito,
vale la pena. De todas formas a estas alturas deberían saber dónde buscar a su
culpable, o tal vez no he sido lo suficientemente claro con ellos y los he
sobrevalorado. En fin, ese no es mi problema.
Alguien le soplaba en la cara. Abrió un ojo y vio a
Ana agachada junto a la cama,
-menos mal que te has despertado. Venga perezosa,
levanta de una vez-,
-¿Qué hora es?-, preguntó con voz pastosa Marta,
-hora de que pruebes mi desayuno especial, café con
leche y galletas-, y acto seguido y de un solo tirón la destapó.
Un rato después ambas mujeres desayunaban en la
cocina. Marta sonreía mientras se quejaba de que dormir con Ana había sido un
suplicio,
-¿no decías que no me pasase de mi lado de la cama?,
pues que sepas que te has pasado la noche literalmente encima de mí, no me
habían sobado tanto en toda mi vida. Lo único que creo que te ha faltado ha
sido meterme un dedo en el culo, y digo creo porque no estoy muy segura de que
no lo hayas hecho, y además roncas como una cerda-,
-mira bonita-, contestó Ana, -he tenido más amantes
de los que tu tendrás en cien años, y te aseguro que ninguno se ha quejado
jamás, y menos de que ronque; y que sepas que tu problema es que tienes
demasiada imaginación y que estas salida como una perra en celo. Debe hacer
años que no pillas-.
Marta tiró una galleta que impactó en la frente de
Ana, lo que provocó que la primera se partiera de risa mientras que a la
segunda los dos mofletes se le ponían rojos en relación directa a como sus ojos
se iban achinando.
-Te mato, yo te mato-, dijo mientras se iba
levantando lentamente.
Marta seguía riendo mientras se levantaba rápidamente
y emprendía una juiciosa retirada a la vista de los acontecimientos. Fue
capturada y reducida según el reglamento en la habitación donde se había
refugiado, y conducida en volandas y pataleando hasta la ducha mientras gritaba
que retiraba lo de -roncar como una cerda, que lo que quería haber dicho era que
roncaba como una cerda borracha-.
Dejó de reír para gritar cuando un brazo muy fuerte
la mantuvo bajo el agua fría.
-Zorra-, balbuceó cuando Ana terminó de
martirizarla. Esta le contestó que el agua fría era buena para -las calenturientas
muertas de hambre como tú-, y añadió que se iba a su casa a cambiarse y que en
una hora estaría de vuelta, que se diese prisa. Después de un titubeo agarró a
una temblorosa Marta de la mojada camiseta, la atrajo hacia ella, le besó, le
guiño un ojo y se fue. Marta seguía temblando un minuto después de que oyera
cerrarse la puerta del piso, y no solo de frío.
En cuanto cerró la puerta del piso la expresión de
la cara de Ana cambió. Abría que haber sido muy buen psicólogo para adivinar lo
que se escondía detrás de aquel rostro de piedra, y ninguno habría creído que
la mujer que hacía un momento reía era la misma que se montó en su coche y
cerró la puerta. La puerta del acompañante se cerró un segundo después,
-retírame del operativo-, dijo Ana mirando al frente,
-dame un motivo-,
-lo sabes de sobra. Estoy descentrada y no sé a
dónde voy, pero sé que siento algo por ella. Te parecerá una locura… como me lo
parece a mí, y no tengo ni idea si es un error o es un acierto o si es patético
que me pueda colgar de esa cría en los cuatro días que hace que la conozco. Ni
siquiera sé si ella siente algo, o solo está jugando o es que simplemente es
así. Solo sé que no es como nosotros, que no es como yo. Al final puede que la
explicación solo sea que me siento sola y encerrada en este trabajo-.
Ana se interrumpió pensativa unos segundos y
continuó hablando,
-Anoche le dije quien era, ¿te puedes creer que no
lo sabía?. No sé a dónde voy, pero por si llego a algún sitio…, tú mejor que
nadie sabes que la gente que nos quiere hace preguntas, y sabes que nos pasa
cuando les mentimos, y que les pasa cuando descubren que les hemos mentido. Tú
estuviste a un pelo de perderlo todo, pero es que yo nunca he tenido nada…, y
quiero mi vida. Me la merezco y me la debéis-.
Tras unos segundos el acompañante habló,
-díselo. Dile todo lo que has hecho, lo que haces y
lo que se espera que hagas si llega el momento. No cometas el mismo error que
yo cometí. Somos lo que somos, y eso no nos excusa por las vidas que hemos
quitado ni nos engrandece por las que hemos salvado, pero lo que me pides es ni
más ni menos que mienta a Marta por ti, con un borrón y cuenta nueva que no va
a eliminar tu pasado. Y en cuanto a lo que te debemos, es por algo que nadie te
ha obligado a hacer. Así que enfréntate al miedo que tienes a las preguntas que
llegarán, y a perderla si no puede con tus respuestas, pero no la mientas, simplemente
díselo y que ella decida”.
Dejó que las duras palabras calaran y prosiguió,
-Una cosa más, mi mujer me confesó hace tiempo que
una morena de ojos claros muy cabreada apareció un día en casa, cuando
estábamos separados; y que la obligó a la fuerza a escuchar quien era yo y lo
que hacía. Después le dijo literalmente, “que si no era capaz de entender lo
doloroso que es mentir a quien más se ama es que no tenía ni puta idea de lo
que era amar”, y después le dijo que si alguna vez hablaba conmigo de aquella
visita le volaría la tapa de los sesos. Esa frase salvó lo que yo más quiero,
salvó mi familia, ¿tú sabes algo de todo eso?-.
-No-, fue la escueta respuesta de Ana mientras dos
lágrimas caían por su cara,
-salir o no del operativo es tu decisión, Ana, no la
mía. Infórmame cuando la tomes-. Arteaga abrió la puerta del coche y se fue.
Cuando Marta le abrió la puerta de su casa, a Ana se
le hizo un nudo en la garganta. Sus vaqueros viejos, sus zapatillas de
baloncesto y la camiseta ceñida, el pelo suelto y esa sonrisa infantil en el
rostro la desarmaban,
-con esas pintas, ¿Dónde piensas meter tu arma?-, acertó
a preguntar Ana con un nudo en la garganta,
-tu llevas dos, estamos compensadas. ¿Nos vamos?-,
-no, espera, tengo que decirte algo-, y en ese algo
a Marta se le encogieron las tripas, temiendo que le dijera que no la iba a ver
más, o que se había dado cuenta de lo que ella sentía y que lo lamentaba pero
no. Así que lo que Ana le contó le produjo alivio y preocupación a la vez.
En un largo monólogo le habló de su historia
mientras caminaba arriba y abajo en la cocina. De cómo empezó alistándose muy
joven en el ejército, huyendo de un hogar de donde nunca se sintió parte. El
descubrimiento de sus habilidades como tiradora de Irak y de Afganistán, donde
fue reclutada por Arteaga. Y también le habló, como él le recomendó, de todo lo
que había sido, era y podría ser su trabajo en Seguridad Nacional. Terminó
contándole su llamada de esa misma mañana a su superior y parte de la
conversación que habían tenido, omitiendo los detalles sobre sus sentimientos
hacia ella, y centrándose en la posibilidad de renunciar a su trabajo
justificándose en que necesitaba vivir sin más secretos, y sin sentirse atada a
ellos.
-Ana, ayer me dijiste cual era tu papel en esta
historia, y aunque a ti no te lo parezca sé sumar dos y dos, y no ha sido
precisamente miedo lo que he sentido esta noche durmiendo contigo. La sensación
era de estar en paz, tranquila, como si todas las cosas estuviesen en su sitio,
así que, ¿por qué me cuentas todo eso ahora?-,
-porque para mí es importante que lo sepas-,
-¿Por qué?-,
-¿Por qué?-, preguntó Ana elevando la voz, -¿Qué por
qué?-, repitió mientras empezaba a ponerse histérica,
-¿es que no sabes preguntar otra cosa, o te estás
burlando de mi o es que simplemente eres idiota?, ¡todo el mundo sabe el porqué
menos tu, hasta tu puto gato sabe porqué!. ¡¿qué quieres oír Marta, que no
quiero perderte, que me da pánico hacerte daño, que no quiero mentirte?!. Claro,
no podía ser de otra manera, como soy una auténtica gilipollas me enamoro como
una idiota de una cría imbécil que no ve más allá de sus chorradas, ¡!!Joder!!!-,
y pegó una patada al cubo de la basura, que salió volando por el pasillo.
-repítelo-,
-¿Qué repita el que, lo del gato, lo del cubo, que
coño me…?-. Ana no pudo terminar la frase, tenía una cría imbécil que apenas le
llegaba a la barbilla abrazada a ella como si fuera una lapa.
-No me hables de perderme cuando te acabo de
encontrar. No me digas que tienes miedo de hacerme daño cuando jamás he sido
tan feliz. Tú me acabas de decir lo que sientes, y yo no tenía el valor de
hacerlo porque me daba miedo que me rechazaras, así que no me hables de
mentiras cuando has sido tú quien se ha atrevido a decir la verdad. Te quiero,
me dan igual los tiempos pasados y las diferencias entre tú y yo. Tenerte es un
regalo Ana-.
Marta pronunció esas palabras sin levantar la
cabeza. Ana la abrazó con ternura, una ternura que no sabía que tenía.
Navarro vestía de traje. Estaba afeitado y la gomina
había logrado, no sin esfuerzo, domesticar su pelo. Sentado en un sillón
tapizado en rojo reinaba ocupando el centro de una mesa de patas labradas. A un
lado Jiménez, serio como un sepulturero, al otro una foto del Presidente de la
República firmada de su puño y letra, y tras él las banderas del país y de la
Unión Europea.
El amedrentado guardia de seguridad, escoltado a
izquierda y derecha por sendos agentes uniformados pasaba del blanco al verde
por momentos. Los dos policías, a los que conocía desde hacía tiempo por que
patrullaban en la zona donde se ubicaba el club, le estaban esperando fuera del
recinto junto a su coche cuando terminó su turno. Le dijeron que tenía que
acompañarles a comisaría por un asunto muy importante, le montaron en volandas
en un coche patrulla, y le advirtieron de que quien iba a hablar con el ocupaba
un puesto muy, muy alto en el cuerpo policial.
-Agentes, cuando terminemos con el señor…, López, les
avisaré para que le acompañen. Es todo, pueden retirarse-, dijo Navarro
mientras miraba un papel que a los ojos del atribulado López era claramente una
lista de todos y cada uno de sus pecados.
-!A la orden, señor Comisario Jefe!-, respondieron
al unísono los agentes y salieron del despacho.
-Siéntese por favor. Permítame que me presente, soy
el Comisario Jefe José Conejo, y este señor es el Honorable Juez Don Emilio
Blanco. Sin duda se preguntará por el motivo por el que ha sido requerida su
presencia en esta comisaría, pues bien…,-
En ese momento sonó el móvil de Navarro,
-le ruego me disculpen, será un momento, es mi hija-,
dijo con una sonrisa de circunstancias dirigida a López y al teórico juez, y
pegó el teléfono a su oreja,
-¿hola?-,
-Navarro, soy Marta. Oye, Ana y yo nos preguntábamos
qué coño pasa que no nos…-,
-no cariño, papá y mamá no pueden ir a buscarte hoy,
tenemos muchísimo trabajo. Escucha y no refunfuñes. Quédate con la tía Ana y
cuando papá acabe te llevaré a cenar pizza, pero dile a tu tía que se guarde sus
muslos y pechugas y que no te los haga comer, que ya sabes que pican y que te sientan
mal. Un besito-, colgó y volvió a dirigirse a López,
-bien señor López, como le decía, llevamos años
trabajando en un caso de blanqueo de capitales a gran escala. El cabecilla es
un tipo escurridizo y sin escrúpulos que ha estafado al Estado millones de
Euros. Tantos, que si le dijera la cifra se caería usted de culo, con perdón.
El Estado, a quien en este momento represento, ha invertido mucho tiempo y
mucho dinero, sin contar con la vida de dos de mis mejores hombres, en su
captura. Pues bien, una de las pistas
encontradas en nuestras averiguaciones le relaciona directamente con el club
donde usted trabaja, creemos que es uno de sus clientes…,-
Navarro se había inclinado hacia adelante mientras
hablaba. Dejó pasar cinco segundos y sacó de uno de los cajones de la mesa un
taco de posit amarillo, un rollo de cinta adhesiva y trescientos Euros.
-Señor López, le necesito y le suplico que nos
ayude. Necesitamos una huella dactilar con la que mandar a prisión a ese
sinvergüenza y usted nos la va a proporcionar. Buscamos a un hombre de mediana
edad, de aproximadamente su estatura, y esto es muy importante, que practique
tenis, pádel o deportes similares. Mañana, en su turno de trabajo y mientras
realice sus rondas en el aparcamiento del club, cortará un trozo de cinta
adhesiva con cuidado de no dejar su propia huella, lo pasará por la cerradura
del maletero de uno de los vehículos, lo pegará a uno de los posit y anotará el
nombre del propietario o en su defecto la matrícula, y repetirá la misma acción
en todos y cada uno de los coches cuyos propietarios respondan a las
características que le he mencionado, ¿lo ha entendido?, trozo de cinta
adhesiva, cerradura de maletero, pegar la cinta adhesiva al posit, nombre o
matrícula. Bien. Podría mandar a mis hombres a que lo hicieran, pero usted en
su función de guardia de seguridad a quien todos los clientes del club conocen,
no levantará sospechas. Cuando reúna las pruebas las introducirá en una bolsa
de plástico que no levante sospechas, una de un centro comercial servirá,
llamará a un número de teléfono que le facilitarán los agentes que le han
trasladado hasta esta comisaría, y ellos se reunirán con usted junto a su
vehículo personal, momento en que les entregará la bolsa, ¿necesita usted algún
tipo de aclaración?”,
-no, no señor Comisario-,
-es usted un ciudadano responsable, gracias. Tres
cosas y no le robo más tiempo. El señor Juez le pasará unos documentos
oficiales para que los firme, son la declaración de Secreto de Estado por la
que usted queda comprometido a cumplir con su deber como ciudadano y a no
revelar jamás a nadie absolutamente nada, so pena de prisión. Dos, el
Ministerio del Interior le hace entrega de estos trescientos Euros como
reconocimiento a la ayuda que usted nos presta, y tres-, dijo Navarro
levantándose y estrechando con gran afecto la mano de López, -quiero
manifestarle mi gratitud personal en nombre del Estado por ayudarnos a dar caza
a uno de los mayores criminales de la historia de este país. ¡Agentes!, un
segundo que el señor López firme y ya pueden acompañarlo-.
López no había visto unos papeles con más sellos en
toda su vida, firmó y se fue escoltado por los policías.
-sobreactúas jefe, ¿comisario Conejo y juez Blanco?-,
-no digas chorradas, lo bordo. ¿Cuántos nos quedan?-,
-tres y acabamos. Menos mal, como nos pille el
comisario nos folla vivos-,
-me deprimes Jiménez, está todo controlado. Manolo,
su chofer, está también en el ajo y nos avisará si sale antes de lo previsto de
lamerle el culo al subsecretario, cien eurazos me ha timado el hijo de puta por
una llamada. En fin, que pase el siguiente-.
Mientras esperaba Navarro hacía cálculos, diez
seguratas a trescientos Euros, veinte policías que se encargaban de traerlos y
de mantener la boca cerrada a cien cada uno, los quinientos de Jiménez para
tenerlo atado y el material, le dejaban más de cuatro mil para él, no estaba
nada mal.
-Siéntese por favor. Permítame que me presente, soy
el Comisario Jefe José Conejo, y este señor es el Honorable Juez Don Emilio
Prieto…,-
Mientras Marta miraba su teléfono móvil intentando
decidir si reírse por la burrada de su jefe, u ofenderse porque las dejaban de
lado, a Ana le sonó el suyo. Arteaga las
citaba a ambas en media hora en “la oficina”, único apodo posible para el bar
que se había convertido en el centro de operaciones extraoficial del grupo.
Durante el trayecto Ana no dejaba de rascarse
enérgicamente el muslo derecho,
-déjame a mí-, le dijo Marta, -al final te vas a
hacer un boquete en el pantalón-,
-¿no te parece que ya me has sobado de sobra antes?-,
preguntó Ana sonriendo,
-no, no me lo parece. Te seguiré sobando hasta que
me dé la gana o hasta que me salgan callos, ahora eres “mi” Ana, asúmelo. Y no
seas tan creída, solo te estoy quitando unos pelos del gato, no veas de donde
me los he tenido que quitar yo alguna vez-,
-ahora lo entiendo-,
-¿ahora entiendes qué?-,
-la pinta del gato. Acostarse durante años con una
amante tan patosa como tú lo ha destrozado física y psicológicamente.
Evidentemente es un gato insatisfecho, creo que lo más humano que podemos hacer
por él, insisto, es pegarle un tiro. Al menos su muerte será rápida y compensará
la agonía de estos años-,
Marta le clavó un dedo en las costillas.
-Está bien, lo entiendo. Quieres que en vez de pegarle
un tiro me lo tire, y que muera sabiendo lo que es una mujer como Dios manda.
De acuerdo, lo haré, seguro que él me deja satisfecha-.
-dos cositas, Ana mi vida. A, creo los vecinos están
recogiendo firmas para que te eche de casa, deberías moderar tus gritos, jadeos
y ciertas expresiones malsonantes que pronuncias ya sabes cuándo. Y B, si el
gato está así es porque me ha dado todo lo que me tenía que dar, cuando termine
de exprimirte tu estarás como él y te dejaré por un fornido marinero-.
Arteaga las esperaba sentado a la mesa. Una sola
mirada a Ana le quitó un gran peso de encima, era claro que le había dicho a
Marta lo que él no supo decirle a su esposa, y de momento parecía que había
funcionado, algo por fin aclarado y resuelto. Lo cierto es que era evidente,
pese al vano intento que como todas las parejas recién formadas hacían por
disimular, que estas dos lo eran. Le hubiera gustado decirle a quien
consideraba una amiga por muchas razones que se alegraba, pero ese no era el
momento para hacerlo.
-Bien. No tengo mucho tiempo así que mejor voy al
grano. Estos dos últimos días he tenido varias reuniones con el Director de
Seguridad, con los forenses y con una legión de expertos en casi todo, y mañana
tenemos la reunión del grupo donde Navarro me comenta que tiene una sorpresa
para nosotros, espero por su bien que no sea una patochada, pero no os he
llamado por eso, veréis, tengo un problema; y mi problema es que tengo miedo,
tengo un miedo horrible a que se nos escape algo, y eso me resta capacidad para
hacer mi trabajo; así que lo que necesito es que vosotras asumáis mi miedo y me
deis respuestas-.
-Ana, hemos brindado al Presidente Florián y tú
conoces el procedimiento. Es imposible acercarse a él o a su casa, simplemente
no se le puede asesinar y debemos suponer que el asesino lo sabe. Dime que
piensa ese tipo. Decidme las dos si estamos en lo cierto al pensar que el
objetivo es el Presidente o la estamos cagando-.
-Por otra parte, los forenses que han estudiado el
cadáver de Alfonso Barros y la escena del crimen han encontrado algo que no
debería estar allí, que no tiene sentido, una pequeña porción de vómito del
tamaño de una moneda a unos cuatro metros del cuerpo. No había más en un radio
de cien metros, nada. Han comprobado que es humano y que se corresponde con la
hora del crimen, y eso es lo que más les confunde. Dicen que primero, o no
debería haber nada, o debería haber mucho más; y segundo, que si la datación de
la muestra fuese anterior o posterior al asesinato dejaría de ser sospechoso
para ser anecdótico, pero insisten en que cuadra perfectamente. Quiero que me
digáis que pasó-.
-Por último, se que para bien o para mal, y espero
que no sea tarde, vamos a dar con el asesino. El problema es cuando y lo que
pasará después. Si lo cogemos antes de que cometa otro asesinato el gobierno,
la oposición y los grupos de poder harán lo posible y lo imposible para calmar
las aguas, tengo la confirmación del Director de que así será. Pero si llegamos
tarde y comete un magnicidio cada uno de ellos hará lo previsible, salvar su
culo si el río se desborda, y ese es el mayor de mis miedos, qué va a pasar
si…, quiero saber que puede pasar y quiero
saber cómo lo paramos. ¿Sabéis?, estoy harto de expertos en todos estos temas,
me duelen los ojos de leer informes contradictorios y ninguno habla de mi puto
miedo, quiero vuestras opiniones, las de mi gente. Ana, hemos vivido juntos
mucha cosas y sabes cuánto confío en ti, por favor quítame esto de encima. Y Marta,
ayuda a Ana y ayúdame a mí-.
Arteaga se levantó despacio, se despidió con un
simple,
-nos vemos en la reunión de mañana-, y justo antes
de salir por la puerta se giró y añadió un melancólico
-felicidades por lo vuestro-.
La reunión era dentro de veintiséis horas.
Iván Manzanos estaba muy enfadado, le habían cerrado
la boca.
Después de tanto tiempo de lucha, de llamar a las
cosas por su nombre y de criticar a políticos de medio pelo que se aferraban a
su cargo cambiando de chaqueta y de opinión en función de sus propios y únicos
intereses, de denunciar a una iglesia de fariseos que vendía sus valores
tradicionales a cambio de subvenciones y que se quejaba con la boca pequeña de
leyes contra natura, de atacar a los falsos intelectuales que opinaban
cogiéndosela con papel de fumar, después de todo eso le cerraban la boca.
Y lo peor era que los mismos que le habían jaleado,
los mismos que le dijeron sigue así, esos a los que consideraba su gente le
clavaban ahora un cuchillo por la espalda.
-No es conveniente para el grupo que en las actuales
circunstancias del país sigas con esa línea de opinión. Tómate unos días de
descanso, piénsatelo y luego hablamos. Lo siento, pero ha sido el propio
presidente, el señor De Castro, quien ha dado la orden-, le había dicho el
director del periódico, otro cobarde de mierda.
Traidores, habían traicionado su lucha.
Carmen Torres estaba cansada, harta, triste, sola y
con miedo. Sollozaba mientras su mano derecha aferraba con fuerza un vaso de
leche y su mano izquierda escondía un somnífero.
-La meta, la puta meta y ¿para qué?-, murmuraba. Lo
había hecho todo; lo había hecho según se le dijo que había que hacerlo y ¿para
qué?. Llegó a su catarsis personal y profesional y ¿para qué?.
-¿Dónde esta mi vida, joder?-.
Compitió en la facultad por ser la número uno. Compitió
y peleó en aquel periodicucho para ser columnista a los veinticinco, tragando
toda la mierda y todo el semen necesario; luchó como una cabrona por su meta
renunciando a su vida, a su juventud y a su alma, mientras mostraba como
mercancía vidas cercenadas…, a otros de vidas vacuas sentadas frente a un
televisor.
Tanto tiempo, tanto esfuerzo por ser reconocida,
aplaudida, respetada. Reconocimiento, aplausos y respeto que cuando llegaron lo hicieron sucios y vacios a mayor
gloria propia y de la industria de la comunicación. Cadáveres y miseria de consumo,
caras frías para después de la cena que mañana sustituirán otras.
Pero había que seguir. Había que seguir porque no
había donde regresar, y porque su prepotencia era lo único que la definía;
había que seguir subiendo para llegar a postrarse a los pies del maestro,
aprender y superarle.
Ella iba a ser más que la maestra, ella iba a ser la
número uno. Y cuando llegó a ser su colaboradora descubrió que Alfonso Barros no
era lo que ella esperaba, no era solo uno de los suyos en un peldaño más alto.
No era un dictador con sus subordinados, ella sí lo había sido. No era un
acaparador de protagonismo, ella sí. No era una mala persona, ella sí. El
maldito santo hijo de puta no vendía nada, solo defendía su credo mientras que ella
vendía lo que fuera necesario, ¿o acaso no era eso lo que había funcionado, lo
aprendido?. Durante un tiempo odió a Barros con toda su alma.
Pero para su gracia o desgracia aprendió, pues
aunque las personas no cambien, a hostias o a caricias aprenden. Y aprendió que
lo había conocido desde niña no era la verdad única, no todo vale porque no
todo es justo.
Aprendió que la competitividad de cuchillo entre los
dientes en su trabajo, en la vida o en lo que sea es excluyente, y por lo tanto
insolidaria, y por lo tanto genera pobreza e inmoralidad, y que en la pobreza y
la inmoralidad está la explicación a tantos males, a tantos. Aprendió que
comunicar no es vender cadáveres y miseria y vergüenza y odio. Aprendió que
comunicar es buscar la verdad y decirla aunque no venda; y aprendió de qué era
Barros maestro, de la verdad, de la puta y simple verdad.
Y cuando se le desmontó su ideario, por primera vez
en su vida se preguntó a si misma si era feliz con lo que hasta entonces había
hecho, pues esa era la meta y la pregunta, la suya y la de todos; y descubrió
la simple verdad, que para llegar a una felicidad que siempre es circunstancial
y efímera hay que pasar por estar en paz consigo misma, y que esa paz es la
verdadera meta.
Y a los cuarenta, en el cenit de su carrera, cuando
por fin empieza a comprender, a entender y a estar en paz, a Barros, a su
maestro, lo matan a golpes como a un perro.
-Felicidades Carmen. Ya eres la número uno, ya no
hay nadie ni mejor ni por encima; tu voz es la voz, la que queda-, se dijo a sí
misma en voz alta.
Carmen Torres llora sentada en la cocina de su casa,
con un vaso de leche en la mano derecha y un somnífero en la izquierda. No lo
hace por Alfonso Barros, el tuvo una buena vida pese a su perra muerte; lo hace
por sí misma, los sentimientos siempre son propios, así que siempre se llora
hacia adentro como siempre se siente desde dentro.
-¿Dónde está mi vida, que he vivido yo si mañana me
matan?- pregunta a la pared.
Contemplo y oigo la frase repetida a través de una
de las pequeñas cámaras que instalé en el piso de Carmen y del micro de la
cocina. No quiero ver ni oír más, me resulta impúdico. Entiendo más de lo que
quisiera las preguntas, las lágrimas y las pastillas; y sinceramente me duele
verla así, no es justo. Pero todo encaja, poco a poco el desenlace se acerca, y
la muerte de Barros encuentra su necesario sentido. Las lágrimas de Carmen
Torres me alivian, todo va bien, nadie dijo ni que esta historia ni que la vida
sean justas. En unos días, si nada se tuerce, contestaré a sus preguntas. Pero
aún tengo que hacer algo antes.
Navarro y Jiménez sonreían maliciosos como niños
traviesos, Ana y Marta parecían derrengadas, los gemelos estaban agotados, y
Arteaga, siempre inmaculado, necesitaba una camisa limpia, una ducha y dormir,
no necesariamente en ese orden.
-Bien, empecemos-, dijo Arteaga, -a título
informativo os contaré que tenemos a todas las policías de Estado, al Estado, a
los políticos, a la prensa y a todo Dios de los nervios corriendo de un lado
para otro. Unos buscando asesinos en todas las esquinas del país y abrasándome
con teorías estúpidas; otros buscando a quien echar la culpa de lo que sea y
amenazándome con las siete plagas. Esto os lo digo no por presionaros, sino
para que entendáis que si saco mi arma y mato a alguien solo es por desahogarme.
En otro orden de cosas, hemos puesto al Presidente Florián tal cantidad de
protección que ya solo nos falta envolverlo en plástico de burbujas. Y ahora
ser buenos y contadme algo que me alegre-.
Navarro dejó sobre la mesa unas bolsas de plástico,
-los bocadillos, supongo-, dijo Arteaga de mal
humor,
-no, lo siento Arteaga, si llego a saber que tenías
hambre te hubiera subido algo del bar-, contestó Navarro sonriendo,
-esto solo son quinientas sesenta huellas dactilares
de las seiscientas que teníamos que conseguir-, y vació las bolsas de las que
salieron un montón de posits a los que iban pegadas cintas adhesivas,
-en cada una de las cintas de cada uno de los posit
tenéis una huella con su correspondiente propietario. Ahora solo tienes que
poner a un montón de gente a trabajar y en un rato nos iremos a trincar al puto
asesino-.
Arteaga, los gemelos y las chicas se quedaron con la
boca abierta mientras los dos policías hacían vanos esfuerzos por contener su
ego dentro de sus cuerpos.
-Os felicito-, dijo Arteaga alborozado, -no quiero
saber de dónde han salido ni como, pero si una de estas huellas coincide con la
que tenemos os garantizo un ascenso y un beso en la boca. ¿Cuánto tiempo?-,
preguntó dirigiéndose a los gemelos,
-¿esto es legal?-, preguntó uno de ellos a Navarro,
-por supuesto que no-, contestó el interpelado
haciéndose el ofendido,
-entonces si tenemos suerte y el primer posit da
positivo, una media hora, si no la tenemos y es el último cuatro días. Esto
tenemos que hacerlo solo con nuestros medios, si ponemos a la policía a cotejar
las huellas sin una orden judicial…-, y el gemelo dejó la frase sin acabar,
-bien, seamos positivos. Tenemos más de lo que
teníamos y eso es bueno-, dijo Arteaga anticipándose a la protesta de Navarro, -¿Cuánta
gente podéis poner a trabajar en esto?-,
-con nosotros somos seis, y los otros cuatro son de
confianza, harán su trabajo sin preguntar-,
-pues adelante. ¿Vosotros estáis en condiciones?-,
preguntó Arteaga consciente del cansancio de sus hombres, habían estado
repasando durante los últimos días las pruebas y los restos de los asesinatos y
apenas habían dormido,
-preocúpate de ti, estás aún más jodido que
nosotros-, contestó uno de ellos sin ironía, -nos llevamos esto, ya os
informaremos-. Recogieron las bolsas y salieron de la sala de reuniones.
-¿y vosotras?-, preguntó Arteaga a las dos mujeres,
-vamos por partes-, dijo Ana mientras se flotaba los
ojos, -hemos estado repasando todo lo que ha caído en nuestras manos sobre
quienes son las personas más relevantes o influyentes del país, en función de publicaciones
especializadas en ese tipo de listas y de número de entradas a sus nombres en
internet con anterioridad a los asesinatos. Cotejando todo, resulta que el
obispo García ocupaba aproximadamente el puesto veinte, el diputado Palacios el
diez, Alfonso Barros el dos; y si, el Presidente ocupa el número uno. Si el
asesino escoge a sus víctimas siguiendo parecidos criterios, su próxima víctima
lógica debería ser Marco Florián-.
-Conociendo el procedimiento de blindaje de
personalidades como lo conozco, sé que no se le puede abatir con un disparo,
primero porque el perímetro está asegurado con nuestros propios francotiradores,
segundo porque las ventanas de su domicilio son opacas desde el exterior, y
tercero porque todos los actos públicos del Presidente han sido cancelados.
Tampoco es factible matarlo mediante una bomba porque los accesos a su
residencia están cortados y controlados, a lo que hay que sumar los inhibidores
de frecuencia que imposibilitan una explosión por control remoto. La única
posibilidad realista del asesino sería el que formara parte de los círculos de
protección más cercanos al Presidente, pero eso no se corresponde ni con el
perfil del asesino, ni con los controles a los que se somete a nuestra gente.
En suma, si su próxima víctima es el Presidente, se me escapa completamente
como va a cometer el asesinato; mi experiencia me dice que no existe ninguna
posibilidad de que tenga éxito. Mi recomendación es que sigamos con las mismas
medidas que ya se han tomado hasta que logremos detener al asesino-.
-La segunda cuestión-, dijo Marta tomando el relevo
de Ana, -es el resto de vómito de la escena del crimen-. Con una rápida
explicación puso en conocimiento de Navarro y Jiménez el descubrimiento de la prueba,
y los quebraderos de cabeza de los forenses intentando justificar su presencia y
cantidad en el claro donde se encontró a Barros.
-El acertijo es ¿porqué alguien frio y metódico, que
está repitiendo algo que ya ha hecho, deja una pequeña muestra de vómito en el
lugar del crimen?. Bueno, si damos por hecho que el vómito no es de Barros,
puesto que no se encontraron restos en su boca, tiene que ser del asesino; pero
¿porqué esa pequeña cantidad y no lo normal?, pues evidentemente porque no
quería dejar una huella tan visible, así que probablemente no se apercibió del
pequeño resto que se le escapó cuando se tragó el resto-,
-Marta, uno no se puede tragar su propio vómito, no
seas cochina-, dijo Navarro con repulsión ante la idea,
-vale, tu no podrías y puede que un tanto por ciento
muy alto de las personas tampoco. Ana y yo lo hemos intentado. Yo lo tuve que
dejar muerta de asco y con el estómago hecho cisco, pero Ana-, dijo Marta
radiante y mirando con orgullo a Ana, -lo consiguió a la tercera. Lo que no
pudo evitar es que parte del vómito le saliera por la nariz-,
-¿quieres dejarlo ya, por favor-, dijo Jiménez que
estaba empezando a ponerse verde mientras se imaginaba a las dos chaladas con
la cabeza metida en el váter,
-como iba diciendo-, insistió Marta, -es posible
tragarse el propio vómito si tienes los huevos o los ovarios lo suficientemente
bien puestos, o eres un puto fanático o un pirado, que viene a ser lo mismo,
perdona la comparación, Ana. Pero todavía no he contestado a la pregunta de por
qué vomitó, y casi mejor que lo explique Ana que se le va a dar mejor-,
-Arteaga, ¿Cuál es la regla de oro de alguien cuyo
trabajo es eliminar objetivos?-, preguntó Ana a su jefe, imitando la forma de
interrogar que tenía Marta a Navarro,
-no involucrarse. Las personas no son personas, son
objetivos. Si a través de tu visor ves una persona, fallas y tienes pesadillas.
Si ves un objetivo, aciertas y duermes tranquilo. Se elimina el objetivo para
que no pueda asesinar a los que tu consideras personas”-. Dijo a botepronto
Arteaga no sabiendo si la contestación era muy coherente.
-Bien, lo que mi cansado jefe intenta decir es que
cuando matas a alguien de forma profesional no deben haber sentimientos de por
medio, porque pierdes la distancia y la frialdad suficiente para realizar tu
trabajo eficientemente. Esa es la causa de que los crímenes que llevan
aparejado pasiones de cualquier tipo sean teóricamente fáciles de resolver.
Nuestro asesino vomita cuando mata a Barros por la sencilla razón de que le
repugna lo que ha hecho, y le repugna porque ve a la persona y no al objetivo.
Es decir, es muy probable que el asesino conociera personalmente a Alfonso
Barros-.
-O eso o le sentó mal el desayuno-, apuntó Navarro,
-a ver jefe, piensa-, dijo Marta, -hasta ese momento
su trabajo es impecable, y cuando mata a Barros tiene un momento de debilidad.
La causa probable es la que mantenemos Ana y yo, y no una mala comida-,
-Si, es bastante lógico y nos da algo más que
analizar-, razonó Arteaga, -buen trabajo, pondré a gente a investigar entre sus
allegados buscando coincidencias con las otras muertes-.
-Y por último tenemos el tema de qué hacer cuando
atrapemos al asesino-, prosiguió Marta extremando la seriedad.
-Su detención provocará ira, odio y conmoción por el
lado de la mayoría de los ciudadanos, pero también es previsible cierto grado
de simpatía y admiración por el lado minoritario. No os podéis imaginar las
vueltas que Ana y yo le hemos dado al asunto, y la conclusión es de recibo;
tenemos que recurrir al mal menor para evitar levantamientos, enfrentamientos o
que en el futuro la figura del asesino se reivindique como héroe salva patrias
por exaltados descerebrados. La solución es ridiculizar y humillar tanto al
asesino que nadie llegue a identificarse
con él. Una vez que lo atrapemos debemos convertirlo en el mayor de los
estúpidos que ha parido este país, y las pruebas de esa estupidez deben ser tan
claras, evidentes y públicas que cualquiera que defienda o ataque a ese hombre
sea considerado a su vez un estúpido-.
-Bien, no es mala propuesta-. Dijo Arteaga con una
mueca extraña,
-iros a descansar y empezar a trabajar sobre ello.
Navarro y Jiménez, quedaros un momento. Tenemos que idear un recubrimiento
legal por si una de las huellas coincide, y francamente estoy tan cansado que
la cabeza no me da más de sí. Buen trabajo, muy buen trabajo de todos-, terció
Arteaga con una sonrisa cansada.
Horas después de la reunión, las dos mujeres
descansaban por fin en el sofá de la casa de Marta. Esta se había empeñado,
pese al cansancio de ambas y al cabreo de Ana, en recoger el caos de papeles,
revistas y restos de comida del piso.
-¿Tú crees que nos harán caso?-, preguntó Marta con
la cabeza apoyada en las piernas de Ana y el resto del cuerpo desperdigado por
el sofá,
-¿sobre lo de ridiculizar al asesino cuando lo
atrapemos?-, contestó Ana sentada en una esquina, mientras se empeñaba
distraídamente en colocar el pelo de Marta fuera de su cara, -probablemente sí.
Pero no creo que lo dejen solo ahí. Siempre hay estúpidos que se suman a
cualquier estupidez, por muy extrema que sea; y ese es un riesgo que no pueden
asumir. Aplicarán lo de muerto el perro se acabó la rabia, precisamente por el
pánico que tienen a que la rabia se extienda-.
-Pero nadie tiene derecho a quitar una vida, Ana-,
dijo Marta,
-si, lo sé. Pero el planteamiento es otro más
complejo. Yo no quiero ni a cien ni a diez tipos con una barra de hierro
asesinando a quien sabe quién y por qué; como no quiero a nadie que justifique
la violencia bajo ninguna escusa, aunque sea un gobierno o aunque sea por una
ideología. Verás, yo creo que al final todo es una cuestión de equilibrio y
seguridad. Si sé que eliminando a una persona malvada salvo la vida de diez, o
de una que no ha hecho nada, lo haría; pero quiero la seguridad de que eso es
así. Sé que no tengo ningún derecho a quitar una vida, como también sé que
tengo la obligación de evitar el asesinato de inocentes-.
Marta sentía en su cara la mano de Ana mientras esta
hablaba; la misma mano capaz de empuñar un arma y de acariciar. Sabía que debía
sentirse contrariada, extraña o hacer preguntas sobre moralidad y valores, pero
no quería, ya no. Lo único que fue capaz de pronunciar porque era lo único que
quería decir fue una afirmación más que una pregunta,
-¿sabes que te quiero?-,
-lo sé-.
Colgar fotografías en la red sin que te pillen es
relativamente sencillo. Acudes dos días antes a un local del centro de la
ciudad que disponga de conexión wifi y abultada clientela, pides la contraseña
y mientras te tomas un café navegas por internet. Hoy solo tienes que aparcar
lo suficientemente cerca, y a través de un móvil o de un ordenador portátil
volver a conectarte, subir las fotos a una cuenta que habrás abierto en
cualquier otro local parecido con datos falsos, e irte. En un rato aparecerá la
policía, revisará las conexiones o incluso las cintas de grabación de
vigilancia del local, pero tú no aparecerás por ningún sitio, fin.
Si pese a que la prudencia te aconseja alejarte tu
curiosidad la vence, busca un aparcamiento y date un paseo; compra el periódico
y vete al bar que justo está al otro lado de la calle y desayuna mientras
repasas las noticias. En un plazo no mayor de dos horas la policía de cualquier
país moderno debería hacer su aparición. Hum, dos horas y cuarto, parece ser
que no somos tan avanzados como pretendemos. Un coche patrulla y uno camuflado.
Del segundo bajan a toda prisa dos policías, uno parece un orangután y el otro
una comadreja. Me voy, quiero escuchar las noticias en la radio.
Marta miraba una y otra vez las fotografías mientras
Ana iba de un lado a otro de la sala. Arteaga les había llamado esa mañana para
decirles que el asesino las había colgado en la red, y que no tenían más que
marcar cualquiera de los nombres de las víctimas, ir a imágenes y las encontrarían.
Alguien había entrado marcando uno de los nombres y se había encontrado con
aquello, y la noticia había corrido como la pólvora. Durante la última hora
Marta había salido y entrado en la conexión varias veces, y el número de
visitas había ido en aumento exponencial en cada una de ellas.
-Este cabrón está echando más leña al fuego-, dijo
Ana, -sabe que una vez alcance un número lo suficientemente alto de visitas a
esas imágenes, los medios de todo el puto mundo se harán eco de ellas, no les
quedará otro remedio y encima estarán encantados-.
-la repercusión social va a ser la rehostia. Si
consigue después de esto cargarse al Presidente, su revolución particular va a
ser todo un éxito-. Comentó Marta mientras seguía mirando las imágenes.
-Yo he visto esto antes-, añadió mientras miraba con
curiosidad una de las cinco fotografías del cadáver de Barros, -¿no te resulta
familiar?-, preguntó a Ana,
-no sabría que decirte. Si no fuera porque es lo que
es te diría que parece algo artístico, como un cuadro o así-, respondió Ana
mirando por encima del hombro de Marta.
El cerebro de Marta funcionaba a toda máquina
mientras intentaba recordar porqué esa foto en concreto le resultaba tan
familiar; la posición del cuerpo, el árbol sobre el que reposaba, la luz, y
sobre todo la expresión de la cara de Barros…, no era un cuadro, ¡era una
escultura!.
-!Mierda, joder!-, gritó Marta mientras tecleaba
furiosa su ordenador, -Ana, eres la mejor. Llama a Arteaga y mira estas dos
imágenes-,
-¿Qué pasa?, ¡coño!-, la expresión saltó de los
labios de Ana en cuanto miró la pantalla del ordenador. A la izquierda estaba
la famosa fotografía, a la derecha La Piedad de Miguel Ángel. El asesino no
solo podría conocer a su víctima, sino que por lo visto también le gustaba el
arte.
Marta sonreía satisfecha mientras imprimía las dos
imágenes. Ana marcaba el número de Arteaga mientras intentaba razonar sobre
donde les podía llevar aquello, o si solo era una simple coincidencia.
El mismo sexto sentido que había llevado a De Castro
al Olimpo de las finanzas, le advertía ahora de que había llegado la hora de
tomar decisiones drásticas. Sentado en el sillón de cuero repujado de su
despacho, miraba las pantallas de ordenador donde se reflejaban las fotografías
de los asesinatos…, y las cotizaciones a tiempo real de las principales bolsas
mundiales. Una serie de valores empezaban a tener un discreto descenso. Nada
que a los ojos de un profano pareciera anormal, pero que para De Castro
significaba el mayor problema con el que se había enfrentado en años.
Existen dos tipos de inversores en bolsa, los
saqueadores a corto plazo y los especuladores a largo plazo. Los primeros se
dedican a ganar dinero mediante la destrucción, inyectando dinero en valores
que inmediatamente suben en su cotización para un rato después vender y
llevarse los beneficios, lo cual deja al valor elegido en una situación de
evidente riesgo de caída libre y de indefensión frente a nuevos ataques, donde
de nuevo hay dinero fácil a ganar.
Los segundos son aquellos inversores a medio y largo
plazo, cuyos beneficios se obtienen a través de los dividendos obtenidos de las
cuentas de resultados de las empresas, y a estos no les gustan las sorpresas.
El conglomerado de empresas de De Castro respondía a
un ideario neoliberal, cuyo principal exponente era el área de medios de
comunicación. Hasta los asesinatos ese ideario había servido para cimentar la
confianza de los inversores, que básicamente coincidían en formas y maneras de
ver y entender la política y el mundo con De Castro. El problema era que en el
último mes las cosas habían cambiado radicalmente. Los asesinatos eran
entendidos por la sociedad del país y por los inversores como algo que la derecha
democrática no había sabido controlar, la reacción de uno o un grupo de radicales
que llevaban sus tesis al extremismo. Y así como entre la sociedad se iba
extendiendo un sentimiento de ira cada vez mayor con cada nuevo asesinato
dirigido hacia los conservadores, el sentimiento entre los inversores empezaba
a ser de miedo a las consecuencias que esa ira podría tener.
La respuesta de De Castro a ese miedo fue la
fulminante destitución de todos aquellos elementos que pudieran situar a sus
empresas en el ojo del huracán, y la reiteración en sus líneas editoriales de
la condena a los asesinatos. Hasta esa mañana la táctica había dado un
resultado suficiente, pero la aparición de las fotografías había cambiado todo.
De Castro tomó una decisión y llamó a su secretaria
personal.
-Maite, ordene la inmediata redistribución de fondos
de nuestras empresas a fondos de inversión segura. Un tercio a bancos
nacionales, otro a bancos internacionales y el resto a tecnológicas
Estadounidenses-,
-pero Señor, eso nos deja indefensos frente a
ataques especulativos, nuestras acciones bajarán en picado-,
-nuestras acciones ya están cayendo, mire el monitor.
De lo que se trata es de salvar lo que podamos, y tenemos que hacerlo ahora.
Una cosa más, cuando nuestras acciones toquen suelo compre desde mis empresas
tapadera lo que los accionistas no hayan podido vender, con un poco de suerte
saldremos de esta más poderosos de lo que somos, gracias Maite, eso es todo-.
Media hora más tarde la línea roja había pasado de
ser una curva suave a una caída en picado. De Castro seguía mirando las
pantallas con las fotografías y las cotizaciones mientras se acariciaba la
barbilla. Saquearse a si mismo era arriesgado, pero en absoluto una locura.
Buscó en uno de los cajones de su escritorio un habano, lo encendió sin
disimular el placer que le producía y sonrió.
-Hola
Franco, ¿Cómo estás?. Escucha, quiero que inviertas cien mil Euros en acciones
de las empresas del grupo de De Castro cuando bajen a cinco Euros la acción,
¿de acuerdo?, Gracias.-
Bien,
hacer las cosas que han de hacerse no significa necesariamente que pierda dinero.
Una de las consecuencias menos malas de mi papel en esta historia es que si
todo sale según lo previsto, mi cuenta corriente gozará de una salud envidiable,
y la información que poseo sobre cómo van discurrir los acontecimientos me da
una ventaja que no voy a desaprovechar. El planteamiento es muy sencillo. Sé
que los inversores están empezando a retirar su confianza en las empresas de De
castro por los rumores de la vinculación de su grupo con las ideas radicales de
sus editoriales, rumor confirmado con la caída en bolsa de esta misma mañana. Sé
que a partir de mañana caerán mucho más, sé que “al asesino” le queda muy poco
para ser atrapado, y sé que cuando esto suceda de nuevo subirán las acciones,
así que haré un buen negocio. Si todo se tuerce y me cogen tendrán un móvil que
les alejará del real, tendrán el del villano que lo hizo por dinero, si no
disfrutaré de las ganancias cuando atrapen al loco radical-.
Veintisiete de mayo.
El
despacho del Presidente de la República ocupaba una de las habitaciones de su
casa, medía apenas veinte metros cuadrados y estaba presidido por una vieja
mesa, un viejo sillón y tantos libros viejos que ni un solo centímetro de las
paredes quedaba al descubierto. Solo la ventana abierta de par en par a la
soleada mañana alegraba aquel espacio privado y personal, donde un anciano
había anidado hacía ya mucho tiempo.
Hoy
estaba especialmente cansado. La enfermedad diagnosticada año y medio atrás
avanzaba, y aunque la bendita morfina mantenía el dolor a ralla, día a día su
cuerpo reconocía su derrota y la proximidad del final con un nuevo achaque o
con la acentuación de los ya existentes. Pese a todo su cerebro seguía siendo
brillante, y desde que asumió lo inevitable más cínico y racional de lo que
había sido nunca. Marco Augusto Florián se dijo a si mismo que la enfermedad no
solo había mutado sus células, y una sonrisa amarga afloró entre sus labios en
recuerdo de los ideales vencidos.
El
Director de la Seguridad Nacional entró en el despacho del Presidente después
de pedir permiso, se quedó atónito mirando la ventana abierta y exclamó un “por
el amor de Dios” mientras se apresuraba a cerrarla.
-Señor
Presidente, no puedo protegerle si usted se empeña…-
-Oh,
cállate ya-, le interrumpió el interpelado, -tú y tus chicos sois un verdadero
enjambre de paranoicos con el tema de la seguridad, y no va a hacer falta que
nadie me mate si vosotros me matáis de aburrimiento. Deja la ventana como
estaba, necesito el sol más que a tus chicos. Ahora-, ordeno con una voz
imposible de desobedecer.
El
Director obedeció. Siempre había obedecido a aquel anciano desde que se
conocieron hacía ya veinte años, pero se colocó de espaldas junto a la ventana
en un intento de cubrir con su cuerpo cualquier resquicio de visión que pudiera
tener un francotirador del interior de la estancia.
-Venga
amigo mío. Tú y yo sabemos que nadie va a atentar contra mí. Mi asesino es la enfermedad
y no alguien de ahí fuera. Tráete una silla y dos copas de vino y cuéntame cómo
van las cosas-.
Unos
minutos después los dos hombres bebían sentados a ambos lados de la mesa. El
Director relataba a su anfitrión como avanzaba la investigación,
-…y
ahora sabemos por qué utilizó un arma tan poco convencional como una barra de
hierro. Tiene sentido una vez que ves las fotografías, el impacto de la visión
de cuerpos rotos y torcidos de personajes conocidos es tremendo sobre la
población. Francamente, no sé cómo acabará esto, nuestro país no está preparado
para este shock y las reacciones contra todo y contra todos están a flor de piel.
Algo va a explotar, eso sí lo sé, aunque todavía nos queda un pequeño margen si
logramos encajar todas las piezas del puzle. Mis técnicos están a punto de dar
con la identidad del presunto asesino por las huellas dactilares que obtuvimos,
también sabemos el modelo de la cámara fotográfica con la que se hicieron las
fotos. Por lo visto cada cámara “deja” su huella en cada fotografía que
saca, y ésta en particular es un modelo
de cámara compacta muy cara y que solo se vende en un par de tiendas
especializadas del país, así que estamos cotejando las tarjetas de los compradores
para ver que sacamos. Estamos muy cerca, yo diría que a lo sumo un par de días,
para dar caza a una identificación positiva-.
-Hum…,
eso está bien, pero vamos al fondo de la cuestión, necesito que comprendas.
Durante este último mes te has preguntado si este asesino nuestro actúa desde
la racionalidad o desde la irracionalidad. No es desde lo segundo, puedo
asegurarlo puesto que es tremendamente racional en sus actos y por otras
razones que entenderás enseguida. Así que la pregunta es, ¿porqué mata la
esperanza que simbolizaban cada una de las víctimas en cada una de sus
actividades, en vez de matar a los que verdaderamente ostentan el poder en esos
ámbitos?. ¿Sabes la respuesta?, bien, yo te la diré-. Dijo el Presidente
mirando a su acompañante,
-Si
matas a un poderoso, otro poderoso vendrá a ocupar su hueco exacto, material y
tangible de poder. Si matas la esperanza y lo que esa palabra simboliza para
cada una de las diferentes personas de un país, pondrás a todo un pueblo entre
la espada y la pared. Sabemos que la espada es el asesino, pero ¿Quién es la
pared?. Bienvenido a la razón y al cinismo, Director-, terminó el Presidente mientras
apuraba su copa de vino. Mientras, su cara era la expresión de la tristeza
pura.
Hoy
era el décimo día desde el último asesinato, así que Ana estaba en el operativo
en los alrededores de la casa del Presidente.
Marta
la había estado observando esa mañana, tumbada boca abajo sobre la cama,
sujetándose la cabeza con ambas manos mientras la agente de Seguridad Nacional
se preparaba. Parecía un ritual litúrgico, pero al revés. No era precisamente
para bendecir nada que la mujer se embutía en lo que Marta definía como “el
disfraz de la perfecta mujer fatal de piedra”,
-¿Cómo
era posible que se moviera de esa manera tan… armónica con algo tan ajustado?-,
pensó entre envidiosa y encandilada.
Luego
Ana embutió un arma junto a su riñón derecho, y esa pistola negra, fea y
extraña la puso en su lugar justo rozando su pecho izquierdo. Al final, se
enfundó la chaqueta, de cuyas solapas tiró con fuerza varias veces hasta que se
dio por satisfecha.
Ana
había enarcado una ceja sabiéndose observada, en una pregunta sin palabras
hacia su compañera que la miraba sin pestañear.
-Lo
siento, es que no puedo dejar de mirarte. Cuando tú estás mirar hacia cualquier
otro sitio me parece un desperdicio-, dijo con esa desmesurada naturalidad que
desarmaba a Ana.
-Pelota-,
le replicó mientras se acercaba para besarla. Cuando Marta le cogió de la mano
y estiró hacia ella poniéndole ojitos, Ana le dio un cachete en la mano y se
soltó,
-Ah
ah, quietecita pendón, que tu solo me haces la rosca por lo de siempre y ya me
tengo que ir. Las verdaderas policías tenemos que defender el fuerte mientras
las fofas de culo como tu os quedáis rascándoos sin dar palo al agua. Luego te
llamo, ¿vale?-, la besó y se dirigió hacia la puerta del piso.
-Ten
cuidado-, le dijo Marta a modo de despedida.
Unas
horas después de la marcha de Ana, Marta se repantingaba en el sofá después de
recoger y ordenar a su gusto la casa. Era maravilloso vivir con la persona a la
que quería,
-pero
sería mucho más bonito si la muy guarra no dejase la ropa y sus cosas tiradas
en cualquier lado-, dijo en voz alta mientras recordaba el calcetín huérfano de
su par que encontró bajo las sábanas.
Un
rato más tarde miraba sin ver la tele pasando de canal en canal mientras comía,
buscando nada en especial. La verdad, la televisión era un verdadero coñazo. O lo
que emitían eran programas bastante estúpidos, o hablaban una y otra vez de los
asesinatos y de sus repercusiones en un alarde de despropósitos que rallaba la
idiotez, o de deportes. A Marta le salió una sonrisa involuntaria con una
noticia que habría todas la secciones deportivas de los informativos, la del
cumpleaños de José Martínez, un jugador de futbol del equipo de la capital que ese
día cumplía veintitrés. La verdad era que el chaval se había ganado a pulso el
cariño de la gente. Nacido en un pueblo del interior del país e hijo de
campesinos sin medios, el crió pronto destacó en el colegio como jugador. Era
una verdadera maravilla, y la casualidad quiso que un oteador se fijara en él y
se lo llevara a las categorías infantiles de su club. Años después era sin duda
el mejor jugador del país, pero es que además de eso parecía seguir siendo una
persona absolutamente normal, muy alejada del divismo y el ego superlativo de
muchos de sus compañeros. Nunca se le vio un mal gesto, ni una mala palabra.
Era una de esas personas capaces de llorar ante cienmil espectadores cuando las
cosas salían mal, y de reír y correr como un chiquillo absolutamente feliz
cuando salían bien. Esa naturalidad sumada a sus cualidades innatas como
jugador le habían aupado a ser considerado como una de las personas más
queridas del país.
La
cuchara de Marta se paró a medio camino entre el plato y su boca, se le acababa
de ocurrir una estupidez. Cogió su móvil y marcó,
-Hola
jefe, ¿Qué haces?-,
-literalmente
rascarme los cojones. Hola Marta, ¿qué, a ti también te han dejado los súper
maderos al margen de lo del Presi?, y eso que tú te tiras a la Conti. Esta
gente me deprime, de veras…-,
-Navarro,
ese lenguaje tuyo algún día te traerá problemas, y yo no me tiro a “la Conti”,
lo que hacemos son cosas bonitas a la par que satisfactorias. Oye, una
curiosidad, ¿qué hace un futbolista de élite el día de su cumpleaños?-,
“Ya
estamos”, pensó Navarro,
-hija
mía, por lo visto o tu eres tonta o yo no supe enseñarte correctamente, sin
duda será lo primero. ¿Qué coño te parece que puede hacer un crío forrado de
millones, con todas sus hormonas en danza y la sangre entre las piernas, que
tiene por cuadrilla a un atajo de chavales tan asquerosamente ricos como él e
igual de salidos, ir a casa de su mamá a comer tarta?-,
-¿se
van de putas?-,
-y
no precisamente de las baratas, y ahora cuéntame la chorrada que tienes en la
cabeza-,
-bueno
jefe, los gritos que me vas a pegar por esto me van a pitar en los oídos un par
de meses, pero imagina por un momento que nos hemos precipitado al pensar que
el asesino iba a atentar contra el Presidente. Vale que a cualquiera que le
preguntes quien es la persona pública más valorada te contestará que él, pero,
¿y si de lo que se trata no es de eso, sino de la persona pública más querida,
quien dirías tu que es la persona más querida de este país?-, preguntó Marta
alejando el auricular de su oído esperando escuchar un improperio de su jefe.
Curiosamente solo escucho tres segundos de silencio.
-Hoy
es el cumpleaños de José Martínez, lo sabe todo el puto país. Bien Marta, vamos
a hacer una cosa, tu quédate en casa mientras hago un par de llamadas a unos
periodistas que me deben favores, ellos o sus colegas deben de saber
exactamente donde va a celebrar el chaval su cumple. En cuanto sepa algo te llamo
y decidimos que hacer. Esto es una tontería cogida por los pelos, pero no
tenemos otro palo que tocar y más vale prevenir y cubrirnos que no hacer nada.
De todas formas no digas nada a nadie de momento si no quieres que se descojonen
de nosotros, ¿de acuerdo?-,
-vale
jefe, no creo que esto nos lleve a nada, pero te agradezco que no me lo eches
en cara-,
-no
digas chorradas, te grito y te machaco pero sabes que me encanta limpiarte los
mocos. Hasta luego-.
Navarro
pensaba dándole vueltas a la ocurrencia de Marta. Lo cierto era que la cosa se
escapaba de la lógica que estaban llevando en el caso, ¿para qué querría matar
el asesino a un crio sin ideología política reconocida, que apenas había
sobrepasado la adolescencia y cuya mayor virtud era saber dar patadas a un
balón y no decir demasiadas chorradas?. De todas formas una campana de alarma
no dejaba de sonarle al fondo de su cerebro.
Bueno,
lo cierto era que no perdía nada en hacer esas llamadas; harían una discreta
vigilancia, perderían un poco el tiempo y después se iría con Marta a tomar
algo. Echaba de menos a su pupila y qué coño, quería saber qué tal le iba con
la Conti. Seguía convencido de que de esa relación Marta saldría perjudicada, y
que por lo tanto el podía perder el instinto de su mejor subordinada, y eso no
era nada bueno. Primero la emborracharía y luego la sometería a tercer grado.
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